Apenas conocida la irracionalidad de los yihadistas y la observación de inconcebibles imágenes filmadas a posta para testimoniar la acción primitiva, destrozando irreparables obras de arte antiquísimas (Siglo 17 antes de Cristo) en el museo de Irak, emergió un dolor universal por la vivencia de un mal. Este dolor por el arte concebido con profunda inspiración y amor por nuestros antepasados humanos produce un inobjetable disgusto, una repugnancia al mal experimentado cuando nuestros ojos, atónitos ante esta desestructuración del ser humano, contemplaban el aniquilamiento de bellezas históricas. Entonces, se consuma el mal al arte, que denota la ausencia total de perfección y plenitud del ser porque el mal no tiene valor.
Ese odio negador del valor propio de la persona odiada y la ideología que representa se manifiesta materialmente violento contra la habilidad, pericia y sabiduría de esos eminentes artistas que fueron capaces de legarnos obras de arte sin cálculo de valor, pues todo intento de ponderación sería siempre aproximado.
¿Cómo podrá la humanidad imaginar, inventar o trazar, así como acomodar la belleza y el mensaje de estas obras, hoy hechas polvo? Esos artistas hicieron brillar la belleza de sus ideas con contenido y vigor, como para que en el tiempo y el espacio hagan relucir las expresiones internas y los misterios del ser.
Este arte que exigió a sus creadores intuitividad sensorial, para hacer que lo que no es sea, constituía hasta hace dos días antes de esta barbarie cultural, el lenguaje expresivo que nos transmitía activamente, pese al decurso inexorable de los siglos, su irremplazable significación.
Las esculturas, ahora destrozadas, estaban siempre en disposición de hablar con la belleza más íntimamente que la ciencia que lo hace con el concepto, estableciendo esta diferencia porque la escultura plasma algo permanentemente en el espacio. La cultura que cultiva sus expresiones , en este caso la escultura, es el cuidado y perfeccionamiento de las aptitudes propiamente humanas más allá del simple estado natural como cultivo del espíritu, por ello en la Antigüedad se utilizaba el termino humanitas civilitas para designar la idea del arte.
Lo que es el acto de crear, como aquello que el hombre, en este caso los artistas que residían en el en territorio hoy llamado Irak, añade a la naturaleza, ha quedado irremisiblemente destruido y sin recuperación, por ello y con significación profunda de sincero dolor espiritual no hay cabida para la resignación.
El autor es abogado, Presidente de la Sociedad de Escritores de Bolivia.
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