Miriam Hernández de Salas
Cada día corro hacia un amigo, quién me abre su corazón y deja conocer sus secretos más íntimos, unas veces me consuela, otras escandaliza, casi siempre se complace enseñándome cosas nuevas, es el compañero ideal de viaje a lugares remotos e ignotos, cuando le apetece conversa dulcemente de la Bolivia profunda y del mundo, su miseria o de sus logros dorados, es versado en historia, geografía, filosofía y del amor conoce cada faceta, éste amigo especial que es merecedor de mi profundo afecto, no es otro qué ese coqueto que tira los tejos a unos y a otras, habla varios idiomas, a veces viste de manera discreta, otras elegante, harapiento, con extraños atuendos, exóticos ropajes de países lejanos y hasta lo sorprendí desnudo.
Este amigo en concreto se divierte con las sonrisas infantiles, la rebeldía de los jóvenes y su andar desenfadado y la paz que expresa cada rostro de las personas mayores.
Habla sin parar del dolor de los niños trabajadores del tercer mundo, de las mujeres y sus conquistas sociales y del papel importante del ser humano, este amigo trashumante desde los albores de la civilización, conoce a los hombres del campo, las minas, discute sobre la paz y la guerra.
En ocasiones he visto a mi amigo tornarse en reo, villano, mendigo, juez, tirano, pecador o santo, humano corriente otras extraordinario, negro o blanco, pero al final tras cada encuentro aprisiona mi mano con su última página y me susurra al oído que siempre será mi amigo.
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