En un encuentro casual en un poblado provincial, un vecino que lee periódicos de La Paz mostró su preocupación por el destino de Bolivia.
-Nuestra situación creo que no es de las mejores- dijo, añadiendo: nuestros pueblos ya están llenos de autos “chutos”; el país importa casi todo: harina, trigo, papa, habas, manzanas, uvas, camote, enlatados, artefactos eléctricos, ropa usada, material escolar, juguetes, gas doméstico, gasolina, diésel, etc.; continuos avasallamientos de predios agrícolas, aumento del cultivo de coca y desaparición paulatina de bosques; contrabando incontrolable; borrachera en las calles; corso y corso de corsos (?); Poder Judicial en duda; y todo, rubricado con el anuncio de rebaja del precio de petróleo que exportamos. Con ese panorama, ¿cuál será el futuro de nuestro país?
INSTITUCIONES DEL ORDEN
Y continuando su comentario se refirió también al rol que cumplen (o no cumplen) nuestras instituciones: las encargadas del orden interno y externo que ya no pueden contener la irrupción de grupos sociales; muchos (no todos) profesionales de la economía y las leyes “haciendo su agosto” con los fondos del Estado en instituciones públicas (“entre bueyes no hay cornadas” y “entre sastres no se cobran ni se pagan las hechuras”); periodistas supuestamente independientes que se inmiscuyen en la política; mucho baile matizado con excesivo alcoholismo; la juventud cada vez más alejada de los libros y el estudio; proliferación impresionante de nuevos profesionales sin esperanzas de ocupación futura; ni el fútbol se salva de este panorama: muchos técnicos extranjeros y hasta nacionalizados para nuestros equipos…
-Basta, basta- le dijimos, hay que tener paciencia; todo puede mejorar.
-“Paciencia tuvo Cristo y lo mataron”, así escribió el boliviano Oscar Vargas del Carpio en uno de sus poemas, ¿qué podemos hacer, señor, tiene usted alguna respuesta más o menos razonable? - inquirió el ciudadano.
SIN RESPUESTAS
Nos detuvimos pensativos y observando a la distancia nuestros bosques paulatinamente depredados, con abundantes “chaqueos” y nuevos cocales, no supimos qué respuestas dar a esas preguntas. Por un momento enmudecimos por causa de un nudo en la garganta al evidenciar que todo lo dicho por el lugareño era cierto y evidente.
Con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha, caminamos lentamente eludiendo latas de cerveza arrojadas después del carnaval, buscando respuestas que no pudimos encontrar respecto a los interrogantes planteados.
¿Usted, señor lector, tiene algunas respuestas?
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