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No fue casualidad que las noticias llegaran casi simultáneamente. El valor de las exportaciones bolivianas sufría una baja de un 22% en enero en comparación con el mismo mes del año pasado y el grueso del declive tenía un nombre: hidrocarburos. La otra esquina noticiosa anunciaba que la inflación en Brasil rompía las metas anualizadas y llegaba al 7,7% en febrero (el límite oficial es 6,5%). El porcentaje era comparado con el 5,49% de Bolivia y el 3,07% de México.
La onda inflacionaria llevó al Banco Central a elevar las tasas básicas de interés al 12,75%, lo que las volvió a colocar entre las más elevadas del mundo. La medida amenazaba esta semana con volverse un boomerang, pues afectaba también a la deuda interna y externa del país.
En línea con la economía que este año se encamina a una contracción, el real se depreciaba a niveles no vistos en una década y la presidente Dilma Rousseff continuaba acosada por el escándalo de sobornos y sobreprecios en Petrobras, la empresa bandera brasileña. Todos los países en desarrollo, incluso aquellos inmersos en una industrialización diversificada como China y Brasil, están en aprietos con el que asoma como el final de un ciclo en la economía mundial.
Las cifras y porcentajes del comercio exterior boliviano divulgados por el Instituto Nacional de Estadísticas trajeron un dato a tomar especialmente en cuenta. Las ventas de hidrocarburos (gas natural) cayeron de 568 millones de dólares en enero de 2014 a 385 millones de dólares un año después. La diferencia de 183 millones de dólares en solo un mes muestra el impacto sobre nuestra economía del descenso de los precios petroleros, que en menos de seis meses bajaron a la mitad.
El tamaño de la economía brasileña, una de las siete más grandes del mundo, hace que sus afanes repercutan por todo el continente. Para Argentina, de lejos el mayor socio comercial de Brasil en la región, la estabilidad económica brasileña es esencial. Lo mismo vale al revés, pues las exportaciones brasileñas se desequilibran con el interminable malestar económico y político de su vecino y puntal de Mercosur. Debido a una política de largo aliento para diversificar exportaciones y mercados, Chile es el vecino que menos sufre con la contracción económica del gigante continental. Uruguay tiene un paraguas para la tormenta representado por su comercio con la Unión Europea. Colombia y Perú tienen sus dificultades amortiguadas resultado de su pertenencia a la Alianza del Pacífico. Paraguay también observa preocupado las dificultades de su vecino, que representa casi un cuarto de todo su intercambio comercial. Venezuela es historia separada de una frustración interminable de oportunidades.
Con una economía mayor a los dos billones de dólares (doce ceros) y un ingreso per cápita de 10.000 dólares anuales, lo que ocurre estos días en el vecino país evoca una frase célebre de Richard Nixon: Por donde vaya Brasil, por ahí irá América Latina.
Cuando a mediados de la década de 1990 nuestro vecino vivía uno de sus ciclos económicos positivos esperanzadores, con políticas de mejor distribución del ingreso y fuertes inversiones del estado en toda su geografía, los críticos comparaban ese crecimiento con el que se daba en los “tigres asiáticos” (Hong Kong, Singapur, Taiwán y Corea del Sur). “Brasil, replicó el entonces presidente Fernando Henrique Cardoso, no puede ser un tigre ni correr como tal. Es una ballena”. Aludía a la dimensión continental de su país. El ritmo decreciente que registra en estos meses la economía brasileña pone a prueba la capacidad de la ballena de frenar su deslizamiento o de dar marcha atrás.
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