Carmen G. Olid
Las personas necesitamos el control de nuestras vidas, de nuestro destino y tenemos esa imperiosa necesidad de saber qué va a ocurrir en nuestra vida, cómo y cuándo. Es por eso que se recurre, a veces, a cosas tan poco o nada rigurosas como la videncia o la mera superstición. Se busca que alguien nos adelante cómo irá nuestra relación, nuestro trabajo, la suerte... o que nos diga cómo hacer para atraer a nuestras vidas eso que tanto deseamos.
Otras veces, se recurre a la profesionalidad, la ciencia y entonces se consulta con un psicólogo, pero en el fondo, buscando lo mismo: que sean los demás o las situaciones externas los que cambien.
La vida está llena de opciones, de caminos a seguir. Unas veces el camino es agradable, recto, llano y cómodo. Nos aporta felicidad, tranquilidad, estabilidad... Creemos que las cosas nos van bien y que el destino nos sonríe. Otras, en cambio, parece que está lleno de obstáculos a salvar, lleno de pendientes y cuestas y que todo está en nuestra contra. En estas situaciones es cuando nos sentimos mal, cansados, infelices, desgraciados y pensamos “todo me sale mal”, “todo lo tengo en contra”. Este pensamiento derrotista no sólo hace que nuestro estado de ánimo decaiga sino que impide que avancemos.
La solución es muy fácil: si este camino no me resulta cómodo o cambio de camino o cambio la forma de caminar. Las piedras que hay en la vía no van a desaparecer, pero puedo aprender a sortearlas. Es más, puedo cambiar mi forma de afrontar el tránsito y jugar con esas piedras saltándolas, retirándolas o evitándolas si es posible.
Si las relaciones con algunas personas de mi entorno no son satisfactorias, no tengo ningún derecho a exigir que esas personas cambien. Yo no estoy en posesión de la verdad y no soy dueño de nadie. Pero sí puedo dirigir mi propio pensamiento, mi propia conducta y decidir cambiar yo. Modificar mi propia actitud hará que, invariablemente, se produzca un cambio en esa persona, en esa relación. Y si no puedo o no quiero realizar ese cambio en mí, en mi afrontamiento, entonces lo más adaptativo será abandonar esa relación. No todas las personas podemos entendernos, pero todas deberíamos respetarnos y forzar un cambio en otros es, entre otras cosas, una falta de respeto.
Si quiero lograr ciertos objetivos en mi vida, en mi trabajo, en mi estado de bienestar, esperar a que lleguen a mí es una opción, cuando menos, lenta y de pronóstico poco halagüeño. Hay que analizar (mejor, escribir) qué quiero conseguir, cuándo y cómo. Lo mejor es ser realista y pretender objetivos alcanzables y a continuación, relacionar qué estrategias seguir para llegar a ellos. Esas estrategias deben ser adecuadas y ponerlas en práctica durante un tiempo prudencial. Tras ese tiempo, analizar qué ha ocurrido para poder ajustar lo necesario si es que no nos lleva al objetivo. Esperar a que cambie la fase lunar o a que nos llegue “la suerte” nos hará sentir como peleles en manos del destino y aumentará nuestra indefensión frente a la adversidad. Recurrir al psicólogo para detectar nuestros puntos débiles en la consecución de objetivos y aprender a desarrollar estrategias de afrontamiento y modificación es la vía más fiable y sana de recuperar ese estado de bienestar.
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