Por razones de principio, el Presidente, el Vicepresidente y otros altos funcionarios del Estado en cuanto son elegidos para esos cargos de máxima responsabilidad están sometidos a la norma universal de que son gobernantes de todos los ciudadanos, sin distinción de clases, raza, color, etc.
A esos principios universales se suman otros que se aplican en cada sociedad de acuerdo con sus propias características y para ellos dictan leyes, decretos, resoluciones, etc., de tal forma de regular la existencia social y garantizar el desarrollo de una nacionalidad, así como de su Estado.
Mas, lamentablemente, esos principios -a los que se jura cumplimiento pública y solemnemente- generalmente caen en el olvido y se pone en práctica tendencias contrarias, características de sociedades primitivas, entre las que se encuentran aquéllas que creían vivir en una edad de oro, donde no existían las palabras ni tuyo ni mío. Es más, en esa inclinación se retrocede a prácticas ya rechazadas por la evolución de la sociedad, entre ellas el libre albedrío, que significa que el individuo puede actuar según sus reacciones hormonales o lo que le pide el cuerpo.
Esa “filosofía” ha empezado a arraigarse en nuestro país desde hace algunos años y ha sido institucionalizada desde el momento en que la máxima autoridad del Estado hizo conocer la forma en que gobernaría al país y cuando dijo sin ambages “le meto nomás y después se arreglará”, idea que sintetiza la posición filosófica del libre albedrío, idea que por lo demás refleja la actitud de la pequeña burguesía depredadora y que se difunde en todos los sectores de la población.
El voluntarismo es una corriente de la filosofía idealista que sostiene que lo primario no es el pensamiento, sino la voluntad y que esta es la base de todo lo existente. Acepta que la fuerza motriz de todos los seres vivientes es la “voluntad de vivir”, la cual ostenta carácter espontáneo, instintivo. Predica la doctrina fatalista de renuncia a la voluntad individual de vivir y la disolución de lo individual en la voluntad cósmica. Tiene, además, otros agravantes pero, en general, constituye una versión irracionalista, un conocimiento no sometido al conocimiento racional, científico.
Esas apreciaciones vienen a colación por supuestas declaraciones de los jefes del Estado, uno de las cuales sostuvo que no ejecutará proyectos en regiones en las que gane la oposición y otro remarcó que “si no ganamos no hay cambios”.
Se trataría, sin embargo, de apreciaciones que autoridades inferiores han señalado que no tienen el significado que les quiere dar la oposición y que en ningún caso se trata de “delitos electorales”, como denunciaron algunos partidarios. Pero esas opiniones personales causan más daño a quienes las pronuncian y, finalmente, en vez de obtener votos a favor, los pierden. Es más, provocan desprestigio político en momentos electorales y cuando se considera que “vamos bien”.
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