Historia de una liberación
Franz Reynaldo Chávez
“Me han denigrado; me pusieron un número…” La voz de Carlos Quisbert, de retorno a la redacción de El Diario, estremece. No relata más detalles pero el rostro que juega entre la “euforia” de verse liberado al mediodía del radiante jueves y la alegría, después de 60 horas entre las temidas rejas del penal de San Pedro, es de muchas personas atropelladas en sus derechos.
“¡Dónde está mi desorden!, ¡devuélvanme mi desorden!”, gritó al llegar hasta su escritorio, solitario hasta ayer en la clásica oficina del periódico centenario, su primer refugio y empleo. Aquí se respira tinta de verdad; los ordenadores contrastan con las paredes sin brillo y los escritorios más funcionales que elegantes.
Abrazos desesperados de sus amigos, de Celeste Valdez, la colega y entrañable amiga desde la “U”; de Ghilka Sanabria, la jefa de informaciones, y otros amigos a los que acaba de conocer y que anoticiados por su liberación aparecieron presurosos junto a él.
“¡La prensa no se calla, la prensa no se calla..!”, resuena a todo pulmón en esta modesta oficina, mientras camarógrafos de la televisión y fotógrafos imprimen las imágenes que no le gustan. “Sólo por hoy nomás”, exclama.
Atentos a alguna revelación, los periodistas esperan una exclusiva. Un fiscal y una jueza de la ciudad de Viacha, a 35 kilómetros de La Paz, calificaron su espíritu de periodista-investigador como “obstrucción a la justicia” en el caso de un niño muerto en un hogar administrado por la Gobernación de La Paz y remitieron el caso, sin mediar defensa alguna, a las rejas de San Pedro.
Quisbert acudió el domingo a la correccional de Viacha para hablar con una persona imputada en la muerte del menor, pero un incidente confuso y el celo policial derivó en la acción de un fiscal, en domingo, y de una jueza, en lunes, con la prisa excepcional que lo condujo hasta el penal paceño.
Una Acción de Libertad, presentada por la Asociación Nacional de la Prensa de Bolivia (ANP) y el matutino EL DIARIO, derivó en una audiencia pública con lleno completo en una sala del Tribunal Departamental de Justicia que declaró libre a Quisbert.
Pero la odisea no terminó. Al finalizar la audiencia, en la tarde del miércoles, la falta de firmas de vocales y un trámite en la penitenciaría impidió que deje el recinto.
En la mañana de jueves, un nuevo recurso de libertad tramitado por una organización sindical, innecesaria, tras la resolución del Tribunal de Garantías, obstaculizó la salida.
Custodiado y con esposas, retornó a un juzgado antes de las 10.00 y un juez observó que “el bien del que se reclama ya no está”, y con ese tecnicismo legal abrió espacio a una solución.
En las puertas de la cárcel los ánimos se caldearon. La dirigente de los trabajadores de EL DIARIO, Carmiña Moscoso, amenazó con una huelga de hambre en el lugar si Carlos no era liberado hasta el mediodía.
Fotos, de frente, de perfil izquierdo, del derecho; una “desclasificación” del registro penitenciario y detalles como fotocopias, chocaron contra la impaciencia en el interior del penal.
Librados todos los detalles, las rejas dejaron paso al periodista y una lluvia de flores, besos y abrazos llovió sobre la joven y delgada contextura corporal, seguida de los disparos de flashes.
La madre, Marina Fernández, expresó “alegría y paz”. El domingo al anochecer extrañó la presencia de “Carlitos”. “Esperaba el ruido de la puerta, no podía dormir”.
Al fin, el seguidor y lector de ‘Gabo’ García Márquez sintió el afecto de su madre, y del padre ahora caracterizado de bromista.
“Un día llegó a casa, me dijo: mamá tengo una sorpresa. Voy a trabajar en EL DIARIO, con mi amiga Celeste. Yo sólo dije a Dios: concédele su anhelo”, recordó Fernández.
Antes del periodismo, Carlos aprendió las técnicas de la tornería y con ese ofició ganó sus primeros pesos. En su casa pensaron que el camino profesional seguiría entre fierros, pero pudo más su inclinación por las letras, las lecturas y el periodismo.
Bondadoso, siempre defensor y contrario a las injusticias, según sus padres, eligió el difícil camino, mientras sus hermanos adoptaron profesiones diversas como la construcción civil, la alta cocina y la única mujer de los cinco, Ana Blanca, la contaduría.
Entre salteñas y empanadas de sabroso relleno, los periodistas de EL DIARIO tomaron la comida como aperitivo del almuerzo, pero Carlos habló con sinceridad por su paladar y estómago sometido a dieta de penal: “Quiero comer…”. A bordo de un taxi, Carlos, la familia y algunos afortunados colegas partieron, pero su madre se despidió con algo de premonición: “Esta historia no acabará aquí. Seguro que va a continuar. Que Dios les bendiga”.
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