Las campañas político-partidistas -por el mismo respeto y consideración que deben tener los candidatos hacia el pueblo-, deberían desarrollarse en planos de cordura, serenidad y consideración por los derechos ajenos.
Los últimos acontecimientos partidarios con bloqueos, marchas, manifestaciones, obstrucción de calles y avenidas, destrucción de bienes del ornato público y atentados contra la propiedad pública y privada no condicen con la moralidad que deben demostrar los candidatos.
Vivimos tiempos en los que nuestra democracia, al haberse consolidado por su vigencia permanente desde el año 1982, requiere de comportamientos dignos; en su nombre no deben producirse anarquías, donde la libertad responsable es reemplazada por el libertinaje, por acciones de áulicos y partidarios que no saben de normas dignas de conducta y menos entienden que los contrarios en las elecciones no son enemigos sino ocasionales contendientes por las elecciones; que esos candidatos tienen los mismos derechos que los otros y que aspiran a los mismos puestos y cargos en la administración pública, como son los de gobernadores, alcaldes y munícipes.
Cuando las pasiones y los extremos partidistas se desbocan, no hay contención alguna, porque atropellan todo y esto es lo que ocurre con motivo de las próximas elecciones del 29 de marzo: se observa pintarrajeado de paredes de edificios públicos y privados, destrucción del ornato público, propaganda mural sucia que muestra la poca o ninguna urbanidad y educación de sus autores, etc.
Vivimos un tiempo en el que la concordia entre todos debería ser norma de comportamiento y, sobre todo, se tiene que entender que las diferencias habidas entre los diversos grupos de candidatos deben resolverse lejos de los insultos y las denostaciones, conforme a las buenas costumbres y a la práctica de una sana moral. Lo negativo de las campañas, en lugar de favorecer a algún candidato, es mostrar que los contrarios tienen mejores posibilidades porque son insultados, lastimados, perjudicados.
Los espacios destinados a la propaganda mural fueron fijados por los municipios o el Tribunal Supremo Electoral (TSE) y se los debe respetar; alejarse de esos límites es contravenir disposiciones expresas, lo que es censurado por los que votarán en el acto electoral; todo comportamiento ajeno al bien común es propaganda a favor de los contrarios.
Son, pues, los candidatos los que deberían instruir modos y medios de procedimiento a sus adeptos; no hacerlo implica que ellos están de acuerdo con procedimientos impropios y hasta bochornosos que nunca deben ser práctica de la política partidista, que tiene que ser un arte y un servicio al pueblo.
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