Max Yave Miranda
El subliminal título del texto “El alma de la toga”, escrito por el célebre autor Ángel Ossorio, invita a revelar el espíritu pulcro que debe seguir un abogado comprometido con la búsqueda de una genuina justicia.
“El alma de la toga”, un texto pequeño y añejo como se lo ve, exhorta a las personas de derecho a emprender un gran desafío: reorientar el accionar práctico y filosófico del abogado.
Pese al anacronismo temporal del texto, la doctrina ética y deontológica planteada por Ossorio adquiere plena vigencia en un sistema judicial a todas luces interpelado y vilipendiado por nuestra sociedad.
La comprensión y práctica de las palabras: alma, y toga, marcan el horizonte para alcanzar la utopía de transformar la justicia del Estado Plurinacional de Bolivia. El alma del abogado, entendido como lo más puro del ser, merece una reflexión autocrítica para encontrarse con los valores éticos de: autenticidad, amistad, creatividad, sabiduría, amor por la profesión, felicidad, fidelidad, desprendimiento, compromiso social, bondad, responsabilidad, humildad, etc. La toga representa el atuendo magistral que exterioriza el deber ser y el saber hacer, debe promover los valores éticos de igualdad, libertad, justicia, solidaridad, tolerancia, respeto, participación, disposición al diálogo, paz, respeto a la diversidad cultural, etc.
Ossorio al plantear el carácter ético y deontológico de un abogado comprometido con su noble misión, recomienda praxear: el compromiso, la fidelidad, la pasión, la paciencia, el respeto sin humillación, la rectitud de la conciencia y el carácter de pulcro que debe practicar todo profesional para honrar la noble profesión del abogado.
También recomienda que el abogado administre su fuerza interna con serenidad, sentimientos, responsabilidad, y empatía por el otro. Al ser un amante de la independencia, detesta las jerarquías, la subordinación y la injerencia política, es amante de la libertad y amante de lo que el abogado hace en bien de la justicia.
En lo que hace a la comunicación forense, menciona que la palabra escrita y hablada es un arma poderosa que puede contribuir en el logro de los objetivos estratégicos, sea ante el cliente, los jueces y los magistrados. Califica a la abogacía como un arte. Menciona que el abogado debe saber de todo un poco y de ese poco todo, para lo cual debe dotarse de mucha información, ya que la información fortalece el conocimiento y el conocimiento conduce al poder.
Respecto a la práctica profesional, para Ossorio el verdadero abogado es quien ejerce permanentemente la abogacía. Menciona que quienes no lo hacen son calificados como “simples licenciados en derecho”, quienes si bien concluyeron sus estudios aún les falta la práctica para ejercer su profesión; extremo que para el suscrito comentarista resulta ser insuficiente, ya que la verdadera consagración es cuando el abogado ejerce la profesión con paradigmas productivos. Es decir que además de los cursos de diplomados, maestrías y doctorados, el abogado debe encaminarse hacia la producción intelectual, realizando constructos jurídicos - doctrinales para salir del anonimato e ingresar a la comunidad de abogados comprometidos con la sociedad y la trasformación de la justicia.
El autor es docente universitario y Director de la Unidad de Pregrado del Ilustre Colegio de Abogados de La Paz.
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