Cuando los “políticos” tomaron la conducción del país en 1982, se apresuraron a eliminar la Contraloría General de la República y el Sistema de Control del Gasto Público en vigencia hasta ese momento. Sabían lo que hacían y sus planes funcionaron perfectamente. Siete años después, inventaron un nuevo sistema de control exacto a sus intereses con la modalidad de “auto control” incluido y lo aprobaron con una Ley de la República, la que al presente destruye el país con “eficacia y eficiencia”. Lo positivo de esta etapa es que 22 años después, todos esos vándalos auto nombrados como políticos, sucumbieron con su invento, salvo uno que otro que sobrevive pegado al oficialismo.
La palabra “transparencia” aparece por primera vez con el DS 23.318-A y, a partir de ahí, se va generalizando para convencer a los ciudadanos de que la gestión que están ejecutando es “limpia y sin problemas”, cuando la verdad es todo lo contrario, porque mucho de lo que están haciendo solo huele a cloaca callejera. Con esas tres palabras pegajosas “transparencia, eficacia y eficiencia” se encubre el asalto a todo un país que confía ciegamente en quienes les presentan planes y programas que ni de lejos tendrán la capacidad ni voluntad de cumplir.
Pero la creatividad para introducir palabras para confundir al despistado ciudadano no es solo atributo de los “políticos” del pasado. En esta nueva etapa de “cambio y descolonización” también funciona muy bien esa habilidad y así, aparece el “control social” que según dicen “ejercerá el control social a la gestión pública” y otras maravillas más, cuando para lo único que sirven es para apilar adherentes al grupo de gobernantes, quienes ignoran que para hacer control efectivo se requiere primero estudios, calidad moral y sobre todo legislación apropiada y protocolos de guía como respaldo para hacer realidad esas delicadas labores. Si el control social es efectivo, entonces ¿por qué existen casos de alta corrupción como YPFB, el Fondo Indígena, la Policía, la Justicia y cientos de otros? Si Álvaro Vargas Llosa viviera aquí, seguramente diría “los idiotas del mundo no se terminan”.
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