En la política partidista, sea parte del gobierno o esté en el llano o en la oposición, debería primar el principio de que la política partidista debe estar al servicio del país y no servirse de él como, lamentablemente, casi siempre ha ocurrido en Bolivia. Partidos políticos que han estado en situación de gobierno han creído que la administración del Estado implica lograr utilidades para el partido y hacer ricos a muchos de los dirigentes o militantes partidarios. De este modo, han surgido en el panorama nacional y hasta en el internacional nuevos ricos, que han hecho ostentación de contar con mucho dinero y poder.
Un principio moral indica claramente que el servicio debe estar liberado de intereses subalternos, que las virtudes y valores deben ser práctica de quienes ocupan situaciones de autoridad; que la responsabilidad y la honestidad tienen que ser característica de quienes tienen a su cargo los destinos del país, de un departamento, de una provincia o de cualquier conglomerado de personas; en resumen, que el bien común sea razón de ser de las autoridades.
La política partidista, que es representante del sistema democrático, debe hacer honor a lo que el sistema implica para la vida de los pueblos y para el comportamiento digno de los gobiernos. No es, no debe ser medio para el enriquecimiento y menos para dar muestra de deshonestidad e irresponsabilidad que significa el no servicio, el ignorar las necesidades de las comunidades confiadas a la misma vigencia de los partidos.
Es importante que los militantes de los partidos políticos, conjuntamente a quienes los dirigen, sean ejemplo de sindéresis, vocación de servicio y sentido de responsabilidad; deben respetar los principios de libertad, equidad, ecuanimidad y responsabilidad; no obrar conforme a todo ello es ingresar en el campo del libertinaje y de éste pasar a los ámbitos de la corrupción.
Muchas veces, en la historia del país, y en el mismo transcurso de la vida de las naciones ricas y desarrolladas, ha sido importante la actuación digna de los partidos políticos y éstos, cuando tuvieron conciencia, actuaron conforme a los lineamientos de las leyes y la moral. El progreso de los pueblos depende mucho de las virtudes y valores que practiquen los que dirigen los destinos de una sociedad.
Moderación, prudencia, decoro, honestidad y responsabilidad deben ser las dotes de cada político y de su partido; son condiciones para dirigir a cualquier conglomerado de personas; son normas importantes para servir bien. Sin esas dotes, ningún partido político puede aspirar a guiar los destinos de una nación, porque sin alta moral no puede haber servicio y, sin él, sólo hay el deshonor de servirse a sí mismo.
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