En los albores de la vida independiente de los pueblos, se ha tenido que confrontar problemas derivados del desorden, las rivalidades de grupos, la anarquía económica, las ambiciones, la pobreza de principios, la desunión de todas las fuerzas que alcanzaron la libertad y que precisaban organizarse en gobiernos coherentes, constructivos y que logren la unidad.
La tarea ha sido dura y difícil especialmente debido a las ambiciones de personas, grupos y hasta partidos políticos noveles que se creían destinados, aptos y propicios para conducir los destinos de la nueva nación; en otras palabras, vencer posiciones de anarquía, soberbia y petulancia.
Los pueblos, dirigidos por hombres visionarios, cultos, debidamente compenetrados de los problemas a enfrentar, poseedores de virtudes y condiciones de mando, organización y disciplina, han comprendido que solamente la unidad de todos los componentes podía dar solución a la diversidad de problemas y, sobre todo, contribuir a la organización del país.
Para muchos líderes lo más difícil fue seguramente conciliar criterios, ambiciones, expectativas, aspiraciones y anhelos poniendo en práctica condiciones de equidad y ecuanimidad para actuar en justicia. Han sido luchas largas, severas y difíciles que pudo vencerse sólo con disciplina, voluntad y vocación de servicio. Lo más problemático fue, posiblemente, hacer que se entienda que las libertades logradas, que la independencia conseguida y que las esperanzas abrigadas eran fruto de la decisión y coraje del pueblo.
Esos albores de los bienes llamados libertad, independencia, democracia y justicia han dado lugar a conseguir el desarrollo y progreso con la dosis necesaria de sacrificios y esfuerzos conjuntos; pero, al final, todo sirvió como lección y ejemplo para que el mismo pueblo respete y mejore todo lo conquistado y actúe en consonancia con valores que sirvan para consolidar lo conseguido.
Nuestro país, desde años anteriores a 1825, ha pasado por múltiples dificultades para que haya conciencia de la necesidad de tener una nación libre e independiente y libró, como pueblo, las batallas por conseguir lo anhelado. Lamentablemente, prejuicios, complejos, ambiciones personales y de grupo; posiciones encontradas, soberbias no reprimidas han desunido todo el conjunto de valores logrados y cada régimen o gobierno ha tenido que enfrentar situaciones difíciles buscando y aplicando remedios que no siempre han sido los precisos y necesarios para el logro de unidad.
Hoy, a casi 190 años de haber logrado la independencia nacional, vivimos situaciones en que la unidad es sólo un enunciado porque surgen intereses creados de siempre y posiciones de antagonismo entre políticos y fuerzas que creen que deben tener hegemonía para todo y cuya palabra sea la definitiva. Todo muestra que es difícil llegar al entendimiento de que el país precisa estabilidad política y económica, que desunidos no podemos alcanzar objetivos que permitan el desarrollo armónico y sostenido que nos lleve al progreso. Es difícil que las fuerzas políticas, sociales y económicas concuerden con el máximo objetivo de la unidad; cada quien cree ser poseedor de verdades que están muy lejos de sentirlas porque no se quiere salir del fondo de ambiciones y expectativas interesadas que hacen olvidar el derecho de los demás para alcanzar lo que todos anhelan: estabilidad política y económica como cimientos seguros de la libertad y democracia que hoy tenemos.
Cuando hay obcecación en determinadas posiciones, cuando el orgullo se hace carne en la conciencia de muchos hombres, cuando las ambiciones ciegan y cuando no hay renunciamiento en aras de la patria común a todos se hace difícil concordar en caminos que conduzcan a la unidad, y con ésto llegar a la estabilidad tan necesaria.
Pero, en resumen, se argumente lo que sea para conseguir estabilidad política en el país, resulta siempre un fiasco porque las partes que deberían interesarse más: gobierno, partidos de oposición, instituciones departamentales, legisladores, etc., permanecen calladas porque no habría interés en concretar la unidad en pos de los grandes objetivos. Todo señala que es preciso renunciar a posiciones de soberbia y petulancia, estados críticos en que ni izquierdas ni derechas concuerdan, argumentos de toda laya están por demás, urgencias del país no interesan ni importan.
¿Será posible que el gobierno, por su propia tranquilidad y responsabilidad, acuerde políticas que permitan la unión de los bolivianos? ¿Existe la necesaria conciencia de país para renunciar a intereses y propósitos subalternos que nos separan y muestran al país como una simple utopía de la que habrá que preocuparse algún día? Gobierno, partidos, organizaciones sociales y cívicas deberían tener la palabra en este problema; de otro modo, seguiremos en la profunda sima de desunión, nomeimportismo y práctica de políticas del “dejar hacer y dejar pasar” que tanto daño hacen.
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