La actividad cultural de La Paz tiene de todo, en consonancia con la multiplicidad del vivir y sentir cotidianos de una ciudad cosmopolita, que respira el hálito del quehacer espiritual de sus habitantes, los cuales no son la mayoría, pero sí están inquietos por las cosas que marcan el alma, y le dan un bello sentido a la existencia. Esa acción vital se vuelve cuadro artístico, lleno de color y pasión por lo trascendente, y alegra o propone meditaciones a la gente que los contempla en las paredes de las salas de exposición; se convierte en melodía y canto, que expresan el estado de ánimo del autor y llevan solaz y armonía a otras personas, o bien, atrapa en sus notas el profundo mensaje de los maestros de la música universal, para sacudir la modorra de la prosaica vida cotidiana y ponernos en armonía con las esferas superiores, al escuchar una sinfonía; o esa acción cultural se vuelca en la obra de teatro, donde vemos el estado espiritual y social de los hombres de un tiempo, o bien expresa el modelo arquetípico del hombre, cuando tenemos la suerte de admirar dramas o tragedias de los genios de la humanidad en nuestros escenarios, y un largo etcétera.
Recientemente, en la Casa de la Cultura se ha inaugurado la muestra pictórica de Gaba Gutiérrez; y al mismo tiempo se ha clausurado la exposición del artista Javier Fernández, en el salón “Cecilio Guzmán de Rojas”. Dos obras diferentes, como distintas son sus concepciones del arte y de la vida; que tienen en común el afán de la expresión estética del sentimiento humano. Una obra que nos habla de la vida y la introspección en el yo más profundo, el del inconsciente, para mostrarnos ese instante de iluminación interior que el artista vive en el instante de la inspiración, expresado en la plástica de Gaba Gutiérrez; y una obra madura, meditada con la fuerza del pintor de cepa, lleno de valores vitales y dominio del color, para darnos a conocer su visión de la muerte, a la cual podemos comprender como una faceta más de la vida, de la soledad, de la finitud que nos cerca por todos lados comiéndose, pedazo a pedazo, minuto a minuto, el jugo de la existencia temporal, mostrada en la propuesta artística de Javier Fernández.
La actitud de Gabriela es de exploración interior, de ansia de contemplar la música de las esferas, tanto que se inquieta en darnos a conocer la vibración interna del mundo, aquel que se mueve como número y sonido para llenarse de color y forma, en el interior de las cosas que vemos, y sólo el ojo y el alma privilegiados de los artistas es capaz de escuchar y contemplar allí, en el escondite de lo esencial, como lo hicieron también esos geniales pensadores como Pitágoras o Platón, que se introdujeron en la otra cara del universo, o en el plano del “Topos Uranos”. Por eso, por la contemplación de lo fundamental, son cuadros llenos de colores vivos, intensos, con diferentes matices de tono y sentimiento, que bien pueden ser estados de arrobamiento, como paseos por los caminos del sueño.
Los cuadros de Javier Fernández, en cambio, recurren a los tonos cenicientos, emplean colores apagados, propios de los crepúsculos que derraman nostalgia sobre el mundo y el alma humana que mira cómo la luz se marcha para volverse tiniebla. Son formas que, en la perfección de sus líneas, nos dan a conocer cómo la carne se va desgarrando, cómo los seres empiezan a mostrar su osamenta, que siempre habla de finales y de adioses; o, en actitud trágica, se juegan la vida con los dados de la resignación. Cuadros donde las ausencias se notan sutil y simbólicamente al ojo que mira lo bello, y comprende lo tétrico del momento, en un abrazo artístico donde hay belleza y fealdad estéticamente representados, en un hermanamiento que pocas veces se logra.
El autor es Miembro de Número de la Academia Boliviana de la Lengua, Correspondiente de la Real Española.
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