Fábulas: A todos los humanos
GERUNDIO
Una anciana vivía con la única compañía de su hijo, que también era bastante viejo. Cierto día pensaron que sería bueno para ellos tener un perro como compañía y que además les cuidara su casa. Alguien les obsequió un hermoso cachorro que había sido abandonado; era juguetón, muy sano, fuerte y robusto. Cuando llegaban visitas, el perro ladraba fuerte como advirtiendo que no dañaran a los ancianos porque él estaba ahí para defenderlos, pero en vista de que el animalito era muy bullicioso, los ancianos decidieron encadenarlo en el patio trasero.
Pasaron los días y el pobre siguió allí, fijo a aquella cadena. Al pasar unos meses comenzó a perder su alegría y su hermosura, siempre ladraba fuerte cuando oía voces extrañas pero ya nunca volvió a ser libre de la cadena con que lo ataron en aquella esquina del patio. Igual que un presidiario, aquél perro tan hermoso estuvo por 11 años en el mayor descuido y abandono.
Allí pasó los fríos y las humedades de 11 inviernos, los terrores que le producían las bombitas que se revientan durante las fiestas de fin de año, los rigores del calor del verano y muchas veces el viejo se olvidó de ponerle agua. Con el paso de los años se transformó: No parecía un perro sino un espectro grisáceo. Sin importar lo que pudiera oír o ver, perdió la capacidad para ladrar, permanecía echado con la mirada fija en el suelo e indiferente a su alrededor.
Solamente estiraba el cuello para beber el agua con nata de polvo y suciedad en el plato que el viejo llenaba solamente cuando se acordaba.
Un día, el viejo salió a tender su toalla al mediodía y lo encontró acostado sobre el plato asqueroso; el pobre animal había muerto, posiblemente preguntándose en el idioma de los perros: “-¿Qué crimen cometí, que me condenaron a pena de muerte lenta?”.
Moraleja: Si no tenemos intención de tratar con dignidad a una mascota, será mejor no tenerla.
ARGENPRESS
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