La noticia de perfil
Estoy a punto de creer que a pesar de ser uno de los pueblos más atrasados de América Latina somos felices, pues el calendario anual nos resulta estrecho para bailar, jaranear y dedicarnos a la política con frenesí, marchando disciplinadamente hacia las urnas al ritmo de mambos, carnavalitos, huayños y también rock.
Es por ello que nuestros políticos inteligentes nos enseñaron a llamar a las Elecciones “fiesta democrática”, jornadas a las que acudimos a competir con gran espíritu cívico, salpicados de folclorismo.
Recién puedo relatarles que el pasado domingo acudí a las urnas conducido por mi socia periodística y pariente espiritual, quien se sorprendió al saber que yo tendría que votar en un parque vecino, que no disponía de celdas oscuras para emitir mi voto como otros ciudadanos y que debería sufragar a plena luz del mediodía, lo cual hirió mi pudor, pues me hizo pensar en que yo debería hacer pis delante de todo el vecindario y ayudado por una cholita desconocida en el barrio. No cabía ninguna protesta porque la cholita cochabambina me dijo en una de mis orejas que: “nos hallamos en una fiesta democrática”.
Luego de ingerir diversos manjares criollos, creí que merecíamos un poco de reposo en premio al cumplimiento de nuestros deberes patrióticos, pero la cochalita me recordó nuestras obligaciones periodísticas, llevándome a visitar otros centros de votación utilizando mi motocicleta Harley Davidson. En nuestro corto paseo, la cholita nacida en Quillacollo me preguntó qué era eso de “auto de buen gobierno”, explicándole sin mucha convicción que se trataba de una medida antiquísima de la época colonial, que ninguna autoridad republicana se atrevió a enmendar ni rebautizar, ni siquiera nuestro presidente vitalicio Evo Morales, entronizado en Tiwanaku.
Cerca del anochecer, me atreví a decirle a mi reportera que ya me encontraba fatigado y que esperaría los resultados electorales en mi camita, pero la inflexible periodista me echó en cara mi falta de responsabilidad profesional y me obligó a acompañarla a escuchar los primeros resultados que dieron la victoria electoral a varios candidatos por los cuales yo había votado, lo cual me entusiasmó, aunque me llevaron a pensar en las maniobras de los poderosos que por vez primera fueron derrotados en las urnas.
Macacha se sentía eufórica ante el triunfo de algunos candidatos nuestros y hasta me dio un casto beso en la oreja, prueba de afecto y amistad que despertó mi generosidad en esos momentos de triunfo parcial, y dando rienda suelta a mi generosidad le aumenté el sueldo de reportera muy por encima de lo anunciado por el derrotado gobierno del señor Evo Morales, y no satisfecho con ese aumento de sueldo le prometí obsequiarle un tercer aguinaldo. Naturalmente le aclaré que todos esos beneficios económicos se los entregaría a cambio de un préstamo que ella me concedería, o sea lo mismo que hace nuestro mandatario Evo cuando nos promete mayores beneficios económicos con el dinero que acaba de prestarle el Banco Mundial. Este final de la “fiesta democrática” nos hizo felices a todos, menos a Evo y a sus principales colaboradores.
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