Economía de palabras
El presidente Evo Morales no es un tonto, como es muy notorio.
Su primer comentario después de la derrota humillante que recibió su partido en las elecciones del 29 de marzo fue que los electores de La Paz votaron en contra de la corrupción.
De esa manera él se puso en el frente contrario a la corrupción, es decir en contra de su partido. Ha observado que su partido está de bajada y él no quiere acompañarlo en la caída. Se ha puesto el chaleco salvavidas. Los masistas están en la tercera clase de este Titanic.
Unas horas antes había tenido una idea de humor perverso, cuando dispuso que el gobierno boliviano ofrezca agua embotellada a Antofagasta.
El golpe tenía la sutileza de un florete veneciano, porque aludía a todos los temas en debate con Chile. El gobierno de Michele Bachelett estaba ante un problema sin salida. Y optó por mostrar que no tiene capacidad para entender y menos enfrentar estas filigranas de la política, porque rechazó el agua. No se sabe qué fue peor: si aceptarla o rechazarla.
Lo que quería Evo Morales era poner el tema en el tapete: el agua era sólo un símbolo. Y todos pensaron, como él quería, en el Silala, pero eso ya era una ironía demasiado fina para Santiago.
Después de recuperar el aliento, tras la derrota tan sonora y dolorosa, Evo Morales dijo también que la campaña lo había distraído de sus tareas de presidente, pero que ahora debía volver a ellas.
De esa manera se anticipó a las críticas que deberían surgir (no lo harán) por haber hecho 73 viajes en el avión presidencial como jefe de campaña de sus candidatos en todo el país.
Si se considera que cada viaje del avión presidencial cuesta, dentro del territorio 10.000 dólares, ha gastado cerca de un millón de dólares sólo en el uso del Falcon en esta campaña para su partido, del que es jefe personal, caudillo por la gracia de Dios.
Pero no se tiene que preocupar. Ni el contralor, ni el parlamento, ni nadie le pedirá cuentas. Pero ya el electorado le ha dicho, con mucha claridad, que no tiene más paciencia para soportarlo. Y lo ha entendido.
Que no confíe en los analistas, porque no entienden lo que pasó.
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