Carritos afiladores desaparecen con el transcurrir del tiempo

Muy temprano se levanta don Fausto Mejía, quien hace más de 40 años se dedica a afilar cuchillos de cocina, tijeras, entre otros utensilios para cortar, él se traslada a las 06.00 desde la ciudad de El Alto hasta la zona de Miraflores de la urbe paceña, impulsando su carrito afilador, que lo acompaña por todas las calles de la sede de Gobierno, por donde hace su paso tocando su característico silbato con un particular sonido que anuncia que está listo para realizar su labor.

Diariamente ofrece sus servicios como afilador de cuchillos, tijeras y otros instrumentos de corte, una actividad que nos muestra la imagen del artesano recorriendo las calles, que con el transcurrir del tiempo ha ido desapareciendo y en la actualidad son contadas las personas que realizan este oficio, que en antaño era uno de los más usuales en la ciudad de La Paz.

Don Fausto manifestó a EL DIARIO que las amas de casa reconocen el sonido de su pequeño instrumento rondador o pequeño silbato, mientras salen de sus hogares y le piden que afile sus cuchillos, tijeras, entre otros, para poder realizar sus compromisos del hogar.

Expresó que se siente un personaje que está desapareciendo con el pasar del tiempo, puesto que antes del siglo XX, los afiladores eran muy requeridos por las encargadas de la casa, “no faltaba el trabajito, ahora quedan pocos deben haber unos 20 afiladores en toda la ciudad, lamentablemente ya no somos necesitados”, señalo don Fausto.

En su opinión, en la actualidad es poco frecuente ver la imagen del “amolador” por las calles, debido a la oferta de nuevas herramientas de corte. Las tendencias económicas han implantado la cultura “desechable” de “usar y desechar”, lo que significó un duro golpe para este oficio soberano.

Este oficio que en muchos países ha desapareció, nos trae a la memoria a los trabajadores de este rubro, quienes llegaban con sus carritos en la mañana de un día determinado. Los perros aullaban como anticipando el silbato del afilador que daba su vuelta de rutina, a la misma hora y con la misma melodía. Actualmente aún conmueve ver a alguien sostener los rituales de un oficio tan antiguo en un contexto que avanza en constante cambio.

Don Fausto de 63 años de edad recordó que antes trabajaba hasta tres turnos al día, no sólo para afilar cuchillos, machetes, guillotinas, máquinas de pasto y demás, sino también para soldar ollas y arreglar máquinas de coser, trabajos con los que mantuvo su hogar. “Actualmente sólo trabajo de tres a cuatro horas, pues lo demás resulta pérdida de tiempo”.

Don Fausto llegó a la ciudad de El Alto desde el municipio de Copacabana en la década de los 70, con ganas de trabajar y con muchas ilusiones en su corazón, a los 15 años y luego de tres años su padrino le enseño el oficio de afilador para que pueda mantenerse.

“Luego de un tiempo murió mi padrino y me quedé solito, pero estoy orgulloso de todo lo que me ha enseñado, yo no he terminado la escuela, pero con este trabajo he mantenido a mis dos hijos y a mi esposa, quien también murió hace 10 años”, nos explicó con lágrimas en los ojos.

Asimismo, señaló que él mismo armó la máquina afiladora y cada mes debe repararla, desde los rodamientos hasta el esmeril, por un costo de entre 35 y 200 bolivianos.

“Me vas a mirar cómo afilo”, nos comenta don Fausto mientras pisa el pedal y la herramienta echa a rodar para comenzar afilar el cuchillo, lo que recrea un mágico encuentro entre el afilador, la amoladora y el utensilio, cuyo contacto hace que broten las chispas cuando entran en contacto.

Nos contó que cobra entre dos a cinco bolivianos por trabajo no más, ya que tiene caseritas en los mercados que les da más de cinco cuchillos y les hace precio, y no les podría cobrar más, porque cree que ahuyentará a sus clientes.