Parece que hubo siempre una especie de consigna en todos los gobiernos: recurrir, para todo, al endeudamiento. Grave recurso que compromete seriamente al país, tanto porque se paga intereses, por bajos que sean, y, en casos, hasta comisiones que luego -salvo muchos años de gracia- el país debe cancelar y, a veces, tiene que hacerlo en momentos críticos, cuando no existen los recursos necesarios.
El Gobierno, en los últimos años, pese a las reservas, los altos ingresos por las ventas de gas y hasta por una mayor recaudación de impuestos, ha contado siempre con suficiente dinero no sólo para cubrir los presupuestos sino para cancelar deudas externas del ámbito lateral y bilateral; sin embargo, ha recurrido a préstamos que, quiérase o no, comprometen mucho al país.
En las décadas de los años 60 y 70, hubo gran oferta de dinero, especialmente por parte de los países productores de petróleo y con bajos intereses, por lo que los países del Tercer Mundo aprovecharon -caso del Brasil, India, Argentina, México y muchos otros- esos medios financieros para instalación de industrias y realizar obras de infraestructura. Nuestro país no quedó al margen de esas oportunidades y también contrató montos importantes que sirvieron a muchos gobiernos.
La manía de contraer préstamos no termina, aunque, en los últimos nueve años, había la intención de evitarlos; sin embargo, si la deuda del país a diciembre de 2003 era de 5.142.2 millones de dólares, después de las condonaciones que nos hicieron organismos internacionales y países amigos, la deuda quedó en 2.207.9 millones de dólares el año 2007, pero -como para no olvidar la mala costumbre-, se subió la deuda a 5.261.8 millones de dólares al 31 de diciembre de 2013. La deuda que hoy tenemos a diciembre del año 2014 -incluyendo lo que significan los bonos soberanos, contratados tan discrecionalmente y con altos intereses-, seguramente es mayor a cualquier previsión.
El Ministerio de Economía, cuando explica algo referido a la deuda externa, invariablemente trata de justificar sus acciones sin lograr su objetivo y el pueblo queda con la sensación amarga de que se endeudó al país sin necesidad alguna y con graves obligaciones por intereses que hay que pagar o acumular, como muchas veces se acostumbra hacer, aunque esos montos acumulados se conviertan en capital y haya que pagar más cargas por intereses.
El problema es, pues, grave para el país porque hay que atender esta obligación que, en algún momento, resultará muy onerosa, especialmente cuando se adolezca de las suficientes disponibilidades. Sería prudente, sensato, honesto y responsable no contraer más deuda externa, puesto que con la que tenemos y el agregado de la deuda interna, el país ya tiene razones para preocuparse seriamente.
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