Países cercanos y lejanos, pequeños y grandes, con o sin cualidad marítima, conjuncionaron esfuerzos e inquietudes en la perspectiva de priorizar, en todos los tiempos, la convivencia armoniosa, como signo de un relacionamiento internacional amistoso, desestimando la beligerancia.
En consecuencia la Convención para el Arreglo Pacífico de los Conflictos Internacionales, de La Haya, de 18 de octubre de 1907, en el Título I, correspondiente al Artículo 1ro., reafirma ese objetivo de interés común, con estas palabras: “En vista de prevenir en lo posible el recurso de la fuerza en las relaciones entre Estados, las Potencias Contratantes convienen emplear todos los esfuerzos para asegurar el arreglo pacífico de los litigios internacionales”.
Esta iniciativa surgió, según documentos de la época, mediante una consulta a nivel de gobiernos y Estados del planeta tierra. Y afortunadamente logró posesionarse, en pro de una convivencia altamente civilizada. Es decir un orbe exento de agresiones, invasiones y guerras.
La era del canibalismo político había quedado atrás o tendía a ser superada con acciones pacíficas, dialogadas y consensuadas, mediante tratados diplomáticos, como señal de cambio, en la construcción de un mundo mejor. Actos que perviven y pervivirán como paradigmas de entendimiento, solidaridad e integración, tan requerida hoy.
Decisión de importancia universal que fue secundada, en el transcurso de los tiempos, por Declaraciones de índole regional y mundial. La de Galápagos, por decir algo, suscrita por los Jefes de Estado del Acuerdo de Cartagena, en diciembre de 1989, tiende a promover una relación que propicie la solidaridad e incremente la confianza recíproca en el contexto de paz, amistad y buena vecindad.
Haciéndose eco de estas exposiciones, Bolivia, víctima de la invasión anglo – chilena de 1879, ha recurrido a la Corte Internacional de Justicia de La Haya en busca de una solución, de “buena fe”, a su enclaustramiento marítimo, tema que es de conocimiento mundial.
Tal problema, pendiente por cierto, conspira contra la tranquilidad continental y obstruye, asimismo, la verdadera integración de dos países sudamericanos. Al margen de esta realidad histórica, la exigencia boliviana, acompañada por una sólida unidad nacional, ha caldeado los ánimos, últimamente, en el país vecino, debido que aquélla ha sido elevada a conocimiento de quienes administran la justicia internacional, a fin que se pronuncien con equidad e imparcialidad, en relación con el más que centenario encierro geográfico impuesto a Bolivia por el expansionismo del Siglo XIX. En este marco se ratificaron las manifestaciones ultra nacionalistas inyectadas de odio, de discriminación y xenofobia, en Chile.
Bolivia, un país pacifista por esencia, ha volcado su confianza en la imparcialidad y ecuanimidad de la Corte Internacional de Justicia y cree que su veredicto, en el diferendo boliviano - chileno, se ceñirá, estrictamente, a ese contexto. Por ello no da crédito alguno a las bravuconadas de ciertos gobernantes y parlamentarios araucanos.
En suma: ojalá que el tribunal de la ONU asuma un fallo coherente con sus inquietudes políticas de origen en el conflicto que nos aleja de Chile.
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