Hans Dellien S.
En los últimos veinte siglos la historia nos revela que la civilización es un refinamiento de la técnica, mientras que la cultura es el refinamiento social; el crecimiento poblacional del mundo también exhibe que la mitad de los seres humanos es de menores de edad, es decir son niños, dotados de plena libertad, así como de irresponsabilidad, mientras que los adultos nos ocupamos de hacer guerras, inventos, descubrimientos y revoluciones políticas, tantas como las letras del abecedario y de alcanzar algún grado de felicidad.
Los niños se abandonan a una existencia lúdica, exigiendo nada más que amor, protección y entretenimiento. Su maduración es más importante que el crecimiento, peso y talla, ya que hay idiotas, altos, gordos y fuertes. Madurar es la adquisición de posibilidades de diferenciación, de desarrollar sus facultades jerarquizadas; por ejemplo la palabra, el desarrollo motor, la lectura, la marcha, el uso de la escritura, el uso fabril de las manos, etc.
Ambos procesos, de crecimiento y maduración, marchan paralelos y aparecen en un momento preciso del desarrollo. Pero el drama que asiste al niño es cuando la criatura que nace está en el más grave estado de indefensión social, y que no se puede abandonar, que necesita para sobrevivir alimento, calor y amor de la máquina de la cultura, que es la familia. Desde la primera hora de la vida.
Los niños no hacen huelgas ni tienen partidos políticos para hacer sus demandas y defender sus derechos, alegar sus causas más justas y urgentes; nos sorprenderíamos de lo poco que sabemos de nuestros hijos. En Bolivia representan el 46% de nuestra población, es decir casi la mitad, y ¿cuánto representan en la planificación para ellos? ¿Cuánto del presupuesto se destina para atenderlos? El presupuesto de salud a pesar de ser el 4,5 del PG no los contempla. El niño no sólo es una parte vulnerable de la sociedad.
Debían ser la fibra más sensible del Estado, porque en ellos se cifran las más caras esperanzas de la comunidad. Mientras tanto la seguridad de los niños, desde los no nacidos hasta los adolescentes, se ve amenazada con leyes riesgosas para sus derechos, como la ley del aborto, que sería puro acto médico, legalización de uniones matrimoniales de parejas gay, y adopciones antinaturales, mediante maniobras de inseminación artificial, e inquilinato de úteros. La felicidad del niño nunca estuvo en tan alto riesgo.
Como hoy, mencionamos también la violencia que castiga a los menores, la pedofilia y otros males que asombran a una sociedad, vacilante y casi indiferente. Cuando hay un grado de nesciencia ante estas realidades, y tanto más cuando desde que las células primordiales: óvulo y espermatozoide, unen sus potencialidades genéticas, en el inicio de la gestación, es dogma de la ciencia que todo embrión es ya una persona en el plan del Creador. Y las estrellas y el niño, que están a nuestro alcance, son lo más parecido a Dios.
El autor es médico.
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