Precursora de la justicia social
Concepción Arenal y Ponte fue una importante escritora y activista por los derechos de la mujer y la justicia social en España de finales del siglo XIX.
Mujer de alma generosa, inclinada siempre hacia el bien de sus semejantes, nació en Ferrol (La Coruña) España, el 30 de enero de 1820. Su padre Ángel Arenal de la Cuesta, fue un eminente militar –sargento mayor– del segundo batallón de Infantería de Burgos, y un vehemente crítico al régimen monárquico absolutista del rey Fernando VII. Su madre, doña María Concepción Ponte perteneciente a una ilustre familia galaica.
Su padre por su ideología contraria al régimen de entonces sufrió persecuciones y prisión, falleció a causa de una enfermedad en 1829, quedando Concepción huérfana de padre a los 9 años.
En aquel ambiente de dolor y sobresaltos, la familia compuesta por la madre, Concepción y sus dos hermanas, Luisa y Antonia, marchan hacia Armaño (Cantabria) donde recibe una férrea formación religiosa. Aprende a leer y escribir de su madre. En 1835 con grandes esperanzas Concepción se traslada a Madrid y allí ingresa como alumna en un colegio para niñas distinguidas. Además, aprende con sed de conocimientos, autodidacta, idiomas y entra al maravilloso campo de la literatura leyendo las obras de los escritores románticos a la sazón en boga. Nace en ella la inquietud por escribir sus primeros bocetos.
En 1841 se matricula en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid haciéndose pasar por varón, por entonces la educación universitaria esta-ba vedada a las mujeres. Así, vestida de hombre participa en tertulias, reuniones literarias y políticas, luchando en silencio contra lo establecido en la época para la condición femenina.
Aquel mozo, amable pero tímido y misterioso, comienza a despertar sospechas por su carácter solitario, y uno de sus compañeros, oficioso, terminada las cla-ses sigue al estudiante hasta su casa, y haciendo averiguaciones descubre que se trata de una mujer. Y al día siguiente, cuando el misterioso estudiante entra en la facultad sus compañeros fijándose en ella, le rechiflan y con gritos acusadores le dicen: “¡Es una mujer! ¡Es una marimacho!” En eso interviene Fernando García, un estudiante de la misma carrera y con golpes de puño sale en defensa de la joven dama, cuando la pelea se hacía campal intervino el rector, dando fin a este pleito desatado entre condenadores y defensores que aplaudían la valiente actitud tomada por Concepción Arenales. Tras un examen de recuperación brillante-mente superado Concepción queda auto-rizada para seguir asistiendo a las aulas vestida de hombre.
A partir de entonces se los ve siempre a los dos jóvenes, Concepción y Fernan-do, compartiendo los círculos literarios de la ciudad. En el invierno de 1846 ambos se unieron en matrimonio, viviendo plena-mente una etapa de felicidad nacida del inmenso amor que se tenían ambos.
Acabada la carrera con su esposo, co-laboraron en el periódico La Iberia, sin embargo, no tardó en caer sobre el hogar de la joven mujer el manto de la desdicha, su esposo es perseguido a raíz de un movimiento revolucionario, entonces el matrimonio se traslada a Armaño y luego a Oviedo donde Concepción escribe la zarzuela histórica “Los hijos de Pelayo”. En 1851 regresan a Madrid donde publica unas “Fábulas en verso”, por entonces la salud de su esposo está completamente deteriorada a causa de la tuberculosis, finalmente fallece en 1855.
Concepción viuda con dos hijos: Fer-nando y Ramón, se traslada a Potes (Cantabria) donde decide vivir una tempo-rada. Por entonces terminó el ensayo filosófico ¿De dónde vinimos, adónde vamos? En 1859, junto a un joven músi-co, Jesús de Monasterio fundan el grupo femenino de las Conferencias de San Vicente para ayuda de los pobres. En ese mismo año escribe el ensayo “La Benefi-cencia, la Filantropía y la Caridad” obra que es premiada por la Academia de Ciencias Morales y Políticas.
Poco después publica “El visitador del pobre” obra que se traduce en varios idio-mas y que la consagra como escritora excepcional. En 1863 es nombrada visita-dora de las prisiones de mujeres de Gali-cia, cargo que ejerce hasta 1865. Conti-núa escribiendo poesías y ensayos como “Cartas a los delincuentes” (1865), “Oda a la esclavitud” (1866), premiada por la Sociedad Abolicionista de Madrid. “El reo, el pueblo y el verdugo”, “La ejecución de la pena de muerte” (1867). Un año des-pués es nombrada Inspectora de las Ca-sas de Corrección de Mujeres, su trabajo siguiente se titula “Examen de las bases aprobadas por las Cortes para una refor-ma penitenciaria”. En 1870 aparece el volumen “Cartas a un obrero”, coincidente con las ideas expuestas después por León XIII recomendando más resignación al pobre y más caridad al rico. En 1871 colabora con la revista La voz de la Cari-dad, de Madrid, en la que escribe durante catorce años sobre las miserias del mun-do que la rodea.
Como invitada asiste a un Congreso en Londres donde propone un proyecto de reformas penitenciarias con carácter inter-nacional, ya que las deficiencias de los establecimientos penales son iguales o peores también en otros países.
En 1873 estalló en España la Guerra Civil y Concepción toma parte activa en la organización de los servicios de la Cruz Roja, poniéndose al frente de una hospital de campaña para los heridos de guerra en Miranda de Ebro. En 1877 publica dos obras: “Estudios penitenciarios” y “La voz que clama en los desiertos”.
Con Concepción Arenal nace el femi-nismo en España. Otorga a la educación e instrucción de la mujer un papel funda-mental, dirá que la mujer no tiene otra carrera que el matrimonio. Pues los hom-bres aprenden un oficio, las mujeres no. Los oficios que la mujer puede desem-peñar serían: relojera, tenedora de libros de comercio, pintora de loza, maestra, farmacéutica, abogada, médica de niños y mujeres y sacerdote (no monja). Nunca se debe dedicar a la política ni a la vida militar. Instrucción que la mujer debe procurar, pues dirá de los hombres que tienen inclinaciones de sultán, reminiscen-cias de salvaje y pretensiones de sacer-dote. Las críticas que dirige al clero se-rán: En general es muy ignorante, no querer a la mujer instruida, es mejor auxi-liar que mantenerla en la ignorancia.
La obra benefactora de Concepción es ampliamente reconocida internacional-mente. En la madurez de su vida continúa escribiendo más obras: “Las colonias penales de Australia y la pena de deporta-ción”, “El derecho de gracia ante la justi-cia”, “La mujer espera”, “Cuadros de la guerra”, “La mujer en su casa” y otras.
En 1889 se encuentra agobiada por la ardua labor social, benéfica y literaria desarrollada y decide trasladarse a Vigo (Pontevedra), donde el 4 de febrero de 1893 fallece, dejando para la posteridad una de sus frases más destacadas: “Odia el delito y compadece al delincuente”, que resumen su visión de los delincuen-tes y caídos en desgracia como el produc-to de una sociedad fría, inconmovible y represora.
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