Bolivia, desde su inserción en el seno de los países libres e independientes, no dejó de preocuparse por sentar soberanía en el Pacífico, mejorando, por decir algo, el intercambio de iniciativas en diferentes actividades, con naciones de ultramar.
Esta apreciación se desprende de la lectura del Tratado de Amistad, Navegación y Comercio, suscrito entre Bolivia y Estados Unidos, 21 años antes de la desmembración territorial provocada por el expansionismo anglo - chileno.
En consecuencia el documento en su Artículo 8º señala: “De los puertos del Pacífico, por medio de la navegación por vapor, (Bolivia) se compromete a conceder a cualquier ciudadano o ciudadanos de los Estados Unidos que concurran a este efecto estableciendo una línea de vapores entre los puertos o bahías de las costas del territorio boliviano, los mismos privilegios para el embarco, desembarco de carga o flete, recepción y desembarco de pasajeros, sus equipajes y dinero para el transporte de las valijas de correos, formación de depósitos para el combustible, establecimientos de talleres …”.
Por lo visto Bolivia, en esa histórica perspectiva, abrió la mente y el corazón, con el propósito de conceder las facilidades que poseía en sus manos, a favor de los ciudadanos norteamericanos, hace 157 años. Lo hizo conforme el mencionado tratado firmado a 33 años de fundación de la República de Bolivia. Entonces ella empezaba a caminar en busca de nuevos horizontes, de nuevas proyecciones y retos, a fin de construir un futuro mejor, por el bien común.
Bolivia y el Coloso del Norte cultivaron siempre unas fluidas relaciones diplomáticas, con excepción, ciertamente, de algunos altibajos, que son de conocimiento público. Ambos países honraron los objetivos que contiene el indicado tratado en sentido de que “habrá perfecta, firme e inviolable paz, y sincera amistad entre la República de Bolivia y los Estados Unidos de América en toda la extensión de sus posesiones y territorios”. Y “la libertad de comercio y navegación se extenderá a todo género de mercaderías, exceptuando solamente aquellos que se distinguen con el nombre de contrabandos de guerra” (Véase el Artículo 1º y 17).
Estados Unidos de Norteamérica, en retribución a estos gestos de la nación boliviana, debe asumir una señal de respaldo a la causa boliviana que hoy concita la atención en instancias de la justicia internacional. Un respaldo sincero y sin circunloquios. Y que no ocurra lo mismo que en la Asamblea de Ginebra, de la década del 20, donde ha sido muy reticente su apoyo a Bolivia.
“Estados Unidos, por lo demás, no nos ha hecho conocer de un modo franco su apoyo, en los momentos más críticos y entiendo, que debía trabajarse mucho más para obtener aquel apoyo”, sostuvo el canciller de la República, Alberto Gutiérrez (Jorge Gumucio Granier: “El enclaustramiento marítimo de Bolivia en los foros del mundo”, 1993, pág. 303).
En esta circunstancia marcada por divergencias ideológicas, es difícil, pero no imposible, que el amigo del norte se pronuncie abiertamente a favor de la causa boliviana. Esperamos que lo haga.
En suma: que el amigo del norte sea amigo ahora más que nunca.
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