Buscando la verdad
Estando en la Cumbre Agropecuaria “Sembrando Bolivia” no pude dejar de sonreír al oír de un “preocupado” Presidente del Pacto de Unidad decir que los alimentos transgénicos dañan la salud, al mismo tiempo que lo veía hablar feliz utilizando un moderno celular, pese a que de dicho aparato se dice que puede dañar el cerebro...
Una de las cuatro demandas centrales del sector agroproductivo en la Cumbre fue que se autorice el uso de la biotecnología para producir maíz, algodón y caña de azúcar, así como ya se hace con la soya, sin ningún problema.
Como era de esperar, los movimientos sociales del Pacto de Unidad -en su buena fe, ignorancia o inocencia- vociferando a favor de los alimentos orgánicos y ecológicos, quisieron defenestrar los transgénicos agarrándose de cualquier cosa menos de argumentos técnicos para ello.
Muy práctico frente a un intríngulis que de no resolverse de buena forma podría comprometer lo avanzado en nuestra soberanía alimentaria, el presidente Evo Morales recordó que hace un par de años les había dicho que si garantizaban la producción con alimentos no transgénicos a un precio accesible, tomaría la decisión a su favor. No lo hicieron antes, no lo hicieron durante la Cumbre y no lo harán a futuro, pues saben que fracasaría su intento.
El apostar por la ciencia de la alimentación, la biotecnología, para producir más y mejores alimentos sin residuos tóxicos -como ocurre con los alimentos convencionales por la creciente aplicación de veneno contra las plagas- debería estar fuera de discusión.
Si machaconamente se insiste en que hay evidencia científica de que los transgénicos afectan la salud: ¿cómo se explica entonces que después de 20 años de su lanzamiento comercial su producción se multiplicó 100 veces? ¿Cómo se explica que, siendo tan dañinos, su consumo esté más que generalizado?
Ya que Bolivia decidió apostar por la tecnología de punta para la comunicación, con el satélite Túpac Katari; por los teleféricos y buses PumaKatari, para el transporte; y en breve por la energía nuclear -con el alto riesgo que implica- ¡cuánto más por las semillas genéticamente modificadas para el maíz, la caña y soya para ganar competitividad frente a terceros, pero también para sustituir el algodón transgénico que importamos!
Optar por un permiso temporal o regionalizar su uso sería lo más racional, dejando que la ciencia sea quien decida y explique el por qué -no así las ONG- por ahí se confirma que tales semillas son inocuas y, más bien… ¡dejamos los celulares!
El autor es economista, Magíster en Comercio Internacional.
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