[Jaime Martínez]

Don Quijote en La Paz


Si bien don Quijote tuvo que morir por expresa voluntad de Miguel de Cervantes, su creador; hoy, por decisión de la humanidad toda, vive y sigue caminando por mentes y corazones, tan fresco como agua de limpio manantial al que acude el peregrino con sed de sabiduría, para refrescar su espíritu, fatigado de andar por los tortuosos caminos del mundo, tan llenos de maldad; es que don Quijote sigue cabalgando por los campos del alma de los buscadores de justicia, que la encuentran en las decididas actuaciones de este caballero sin mancha, quién no duda ni un minuto en jugarse la vida por defender toda causa noble; pues quiere despertar la humanidad en el hombre de hoy, y levantarla a la altura del nivel moral que debe alcanzar para ser verdadera persona, es decir, verdadero constructor de la historia.

En esa interminable marcha, don Quijote llegó a La Paz transportado por la mano de la imaginación de Juan Francisco Bedregal, el escritor paceño, nacido el 2 de mayo de 1883, quien, después de observar la realidad que le tocó vivir, escribió “Máscara de estuco”, libro en el que hace una crítica sociológica de los males que aquejan a nuestra sociedad, como los de la política; o pone en el tapete de la discusión los temas del indio y del cholo, tan candentes en su tiempo, tratándolos con humor e ironía.

Poeta lleno de amor por la naturaleza; o cuentista, autor de “Figuras animadas,” escrito con elegante manejo del lenguaje, lo cual le ha valido ser uno de los primeros Directores de la Academia Boliviana de la Lengua, Presidente del PEN Club en Bolivia, o Rector de la UMSA, con la recién estrenada autonomía universitaria.

En “Figuras animadas” está el cuento que da título a esta nota. Bedregal escribe con el lenguaje de Cervantes (…) el caballero insigne don Quijote de la Mancha, acompañado por su escudero Sancho Panza, que movido por el generoso deseo de acuchillar a los malandrines y follones, vestiglos y endriagos, que abundan en Bolivia, venía con rumbo a La Paz”. Porque don Quijote, siempre atento a descubrir gente de mala entraña, sean estos adulones dispuestos a llenar el rostro del mandamás con el incienso de la palabra vacía de contenido, pero llena del almíbar del que pide prebendas de esta manera, o negligentes de sus obligaciones porque están más interesados en servirse del Poder político que a servir a los demás, cual es su obligación de funcionarios públicos, llega siempre puntual al alma de alguna persona dispuesta a destapar las malandanzas de los hombres, y la llena con esa energía que le hizo enfrentarse con los mismos molinos de viento, capaces de mover los corazones del interés.

Ese Quijote eterno llega a La Paz en la pluma de Juan Francisco Bedregal, visita la ciudad, se admira de las costumbres de sus habitantes, visita el Parlamento donde, al escuchar el discurso de un “Honorable” diputado, se pregunta: ¿En qué idioma habla este vergante? Y se responde: “tienen piel de castellano esos discursos, pero con piel de cordero pueden revestirse hasta el avestruz y la vulpeja”.

La perorata del “Padre de la patria” es tan hueca, tan sin sentido, que don Quijote, desde la barra en la que se ha instalado, oye semejantes dislates, y fiel a su personalidad interviene en el debate: “Agora comprendo; señores aeropagitas o lo que fueseis, porque ya no tiene razón de ser la sinrazón, ante el razonamiento del razonador que con tales razonamientos raciocina”. ¿No estamos ante uno de esos discursos de nuestros diputados? Ante la andanada verbal del Quijote, “agitando una campanilla y poniéndose de pie, un señor que ocupaba la testera díjole con arrogante y convencida voz”, que infringía el artículo tantos del Reglamento de Debates.

El episodio provoca un debate acerca del Reglamento en cuestión, y, como se espera en nuestra economía jurídica, al decir de sesudos tratadistas, un diputado invoca la necesidad de consultar previamente con el jefe del partido, porque “lo contrario equivaldría a desbaratar la disciplina política, firme base sobre la que reposa la unidad nacional y el porvenir de la Patria”. Como vemos, no obstante el tiempo transcurrido desde la aparición del libro de J.F. Bedregal, en estos tiempos del cambio, nada cambia en la mentalidad de nuestros políticos y representantes de las organizaciones sociales, por lo menos en este sabroso cuento de don Juan Francisco.

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