Juan Bautista del C. Pabón Montiel
De esas manos de rosas y alelíes nace el arte de curar y calmar el dolor. Son manos prodigiosas, hechas por el supremo artista que con su soplo divino diseñó, tejió y construyó la más grande maravilla con la que contamos los humanos.
Manos serenas, delicadas y tiernas como las de una madre que amamanta a sus niños. La enfermera instrumentista, la dama especializada o la auxiliar, representan la vocación señorial de las mujeres y algunos varones que dedican sus vidas a aliviar nuestras dolencias.
Al observarlas en los corredores, en las salas o en los quirófanos, son como un bouquet de resurrecciones, devolviéndonos la vida o las esperanzas, cuando ella está por acabarse como todo lo mortal.
Sus manos suaves están rociadas por el milagro de la multiplicación de la suprema vida. Nuestros ojos están atentos a su obra de misericordia, la mayoría de las veces ignorada o desconocida, porque su trabajo lo hacen en los claustros sagrados de los hospitales, de las clínicas y sanatorios.
Los que sabemos de las enfermedades sentimos que cuando el silencio del dolor nos hace vociferar, un guardapolvo blanco se asoma, con una sonrisa de magia y primaveras para darnos el consuelo de la paz del cuerpo.
A ellas, en su día, las abrazamos con el ramillete de gratitudes, para decirles: ¡benditas manos que ante su presencia celestial el dolor huye! ¡Benditas mujeres y hombres cuya blanquecina presencia sacraliza la vida!
No olvidamos a las religiosas que calzadas de los hábitos sagrados de votos solemnes, dan sus vidas en las noches de angustias, vistiendo la bata sacra de todos los tiempos.
¡Felicidades, soles de nuestras esperanzas, en el día de sus cumpleaños, mayo por siempre!
Puerto Suárez - Santa Cruz, Bolivia.
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