Son llamados “tapados”, cuyo origen data desde el descubrimiento del Cerro Rico en Potosí, en l545, de las minas de Porco, y el hermoso cerro de Colquechaca. Desde la época del culto al sol en el Cusco y de los conquistadores ibéricos, los altoperuanos eran especialistas en ocultar sus riquezas.
En 1611, Potosí tenía más de 160.000 habitantes, y la plata se encontraba a flor de tierra. Cualquier estante en Potosí era un hombre adinerado y había que esconder la riqueza obtenida a fuerza de sacrificios, trabajos en unos casos, y en otros por malos manejos, préstamos usureros, y entregas de dinero para obtener bagatelas y cargos públicos, tal como hicieron los “Vascongados”.
Eran ocultados dinero, joyas, lingotes de oro y plata, piedras preciosas, en sacos de cuero, vasijas y ollas de barro, petacas, colocados en perforaciones hechas en los muros de las casas, y detrás de las famosas alacenas, que en los comedores albergaban vajillas finas. También eran enterrados en patios de casas coloniales. Conventos, monasterios, iglesias y capillas estaban llenos de tesoros ocultos, “tapados”.
Los jesuitas fueron sorprendidos por una orden de expulsión emanada desde España por el rey Carlos III, el 26 de febrero de 1767, que dejó atónitos a los nativos, dada la labor fructífera de los sacrificados miembros de la Iglesia.
Su salida intempestiva dio lugar a ocultar todas las riquezas en lugares secretos, más en socavones y túneles, bajo las construcciones de conventos e iglesias, esperando su vuelta a América.
Con nuevas construcciones y reparaciones de edificios, casi era común encontrar un “tapado”, en petacas, bolsas o baúles, cofres llenos de monedas de oro y plata más lingotes de ambos minerales.
En la etapa de la República, empleados de derechos reales, colectores de impuestos y otros, hacían tanto dinero que no se dejó un tesoro oculto en casas, pozo en huertos, alacenas en alcobas y comedores, tejado sobre los corrales.
Había una especie de inventario escrito de los tesoros ocultos, se lo llamaba “Derrotero”. Algunos propietarios, ya por los años, ya por accidentes perdían la vida, y se llevaban a la otra vida el “Derrotero”, quedando todo tapado sin ser descubierto.
A partir de esos momentos se empezó a buscar tapados, en pos de riqueza, en ciudades y áreas rurales. Huacas indígenas y chullpas del altiplano eran violentadas y requisadas, en muchos casos con pésimos resultados. En la colonia, eran tantas las requisas, que el Virrey las reglamentó.
En Chuquisaca y Potosí, y por supuesto en el Cusco, el encuentro de tapados era más frecuente, más feliz, ya no en lingotes de minerales sino en carlotinos o corbatones, con la efigie de Carlos IV o de Bolívar. Grandes fortunas, existentes hasta hoy, son producto del hallazgo de un tapado.
Parece que nuestros antepasados eran proclives a tener en sus casas las connotadas alacenas, donde se guardaba lingotes y monedas.
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