Pep ya lo advirtió en la víspera. No regresaba al Camp Nou para recibir ningún homenaje, sino para hacer su trabajo: tumbar al Barça y allanar el camino del Bayern hacia la final de la Liga de Campeones.
Ayer no era el día para aplaudir al mito ni agradecerle que, con él en el banquillo que hoy ocupa su amigo Luis Enrique, el club viviera la época deportiva más gloriosa de su historia, levantando catorce títulos en cuatro años. Apareció Guardiola en el césped del estadio que se convirtió en su segunda casa -primero como jugador y luego como técnico- cuando los dos equipos ya estaban sobre el terreno de juego y el himno de la Champions desgranaba sus últimos acordes. Hasta entonces, ni rastro del de Santpedor. Lorenzo Bueaventura fue el encargado, como es habitual, de dirigir el calentamiento del Bayern. Minutos después, viejos conocidos de uno y otro equipo se saludaban en el túnel de vestuarios. Y Pep, si se descuida un poco más, llega con el partido empezado. Frente a los banquillos, fue Luis Enrique quien se acercó a darle un abrazo ante la atenta mirada de flashes y cámaras. Pero para el público del Camp Nou, fue como si hubiera saludado a un entrenador cualquiera.
“NO TENGO NINGÚN REPROCHE”
A pesar de la derrota, el entrenador del Bayern, Pep Guardiola, afirmó no tener “ningún reproche” que hacer a sus jugadores que, en su opinión, han afrontado “situaciones muy difíciles” en los últimos tres meses. El preparado catalán ha lamentado que a su equipo no ha sido incisivo en ataque en algunos momentos.
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