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La noticia no tuvo gran repercusión fuera de Brasil, pero en el ambiente político de nuestro vecino la resonancia ha sido gigante. Sólo por un instante, imagine Ud. que alguna dirigente de primera línea en el Movimiento Al Socialismo rompe con el presidente Evo Morales, renuncia al partido y anuncia su interés por unirse al Movimiento Sin Miedo. Una conmoción así retrataría pálidamente lo que ha ocurrido en Brasil, donde una jugadora política renombrada, de clase y con clase, ha renunciado al Partido de los Trabajadores que había ayudado a fundar 35 años antes.
Con su partido en el gobierno, Marta Suplicy fue Ministra de Cultura y Turismo, alcaldesa de Sao Paulo y ahora senadora de la República. Hace poco arrojó la toalla y se alejó del partido gobernante indignada con “la avalancha de corrupción” en Petrobras y de grandes empresas privadas, cuyos gerentes y presidentes están ahora presos.
“El PT (actual) no es el partido que ayudé crear. El PT se distanció de sus principios éticos, de sus bases y de sus ideales”, dijo, cuando explicaba su alejamiento, en una larga entrevista con la revista Veja.
La decisión de la senadora, de tránsito libre en los salones de la izquierda internacional, exterioriza el deterioro del partido en el que se sustenta gran parte del Foro de Sao Paulo, surgido en medio del velorio del Muro de Berlín y, un par de años después, del naufragio de la Unión Soviética.
La pérdida de una figura de esa magnitud no pasará desapercibida en un movimiento cuya fuerza declina. Dilma Rouseff estuvo cerca de perder en las elecciones presidenciales de octubre, cuando consiguió ser reelecta por un margen estrecho desconocido en el Brasil democrático. De esas elecciones emergió con destaque la ecologista Marina Silva, hacia cuyos brazos parece encaminarse Marta Suplicy, y se consolidaron las fuerzas de la social democracia que embanderó a Aécio Neves. La nueva ecuación relegaría al PT a un tercer lugar en la escala política brasileña.
Las encuestas de estos días otorgan a la líder brasileña una aprobación apenas superior al 10 por ciento, un margen escuálido para la magnitud de los desafíos que debe enfrentar. Entre los retos está el sinceramiento de la economía en recesión, con una disminución de los subsidios a la energía y mayor apertura comercial, pasos que Rouseff juraba que no seguiría cuando era candidata.
La insatisfacción que cunde en Brasil con sus dirigentes en el gobierno se manifiesta periódicamente con “cacerolazos” y abucheos, ostensiblemente cuando el PT utiliza el horario gratuito del que los partidos disponen en las redes de televisión. En estos tiempos se ha presentado una constante: los descensos de popularidad de la presidente son acompañados por un ascenso de las denuncias contra el icono principal del PT: el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Hasta hace poco parecía una herejía mencionar la posibilidad de un enjuiciamiento del ex tornero mecánico. Más remota lucía la de incluir a Rouseff. No más. En las manifestaciones de los últimos dos meses, las acusaciones contra el ex presidente y su sucesora, la actual presidente, junto a gritos para enjuiciar a ambos, fueron constantes.
Para muchos es despertar ante una realidad nueva para el Brasil del Siglo 21, donde, como en otras naciones, sus líderes no creyeron que la rendición de cuentas incluiría una factura tan alta.
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