En el mundillo político del país no podía dejar de danzar el “partido único”, pareciendo ser el eslabón pendiente de endurecimiento del “proceso de cambio”. La mención al partido único le correspondió al diputado oficialista Javier Zabaleta, secundado poco después por el ex senador Martínez (MAS).
El primero, en un programa radial de amplia audiencia, ni siquiera intentó definirlo y confundiendo el espacio político con el económico, lo vinculó al desarrollismo. Aunque se trate de un enunciado –no pasó de ello- no deja de ser impactante y puede sonar tentador en el Palacio de la plaza Murillo. Sin embargo tanto sus interlocutores opositores como los medios de comunicación, a su turno, demostraron desconocimiento de lo que el fascismo es y representa, dejando la oportunidad de explotar un tema que en otros países hubiera dado para mucho.
Como quien oye campanas pero no sabe dónde, Zabaleta y sus interlocutores pasaron por alto que el partido único no es ni un capricho ni una ocurrencia, sino parte de un sistema político integral que fue estelar en su momento a nivel internacional, allá por los lejanos años 30 del Siglo XX hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, entonces presente en una diversidad, por no decir en la totalidad de las naciones europeas, aunque no siempre desde el Gobierno.
A modo de síntesis, partido único es sinónimo de fascismo y, si esto es así, de totalitarismo, sin partidos políticos ni acción alguna contraria o de crítica. Recuérdese que no hay democracia sin partidos. Benito Mussolini, mentor e ideólogo de marras de esta doctrina, recetó “todo dentro del partido (único), todo para el partido, nada fuera del partido”. El fascismo -fenómeno paneuropeo- diverge en la medida de las circunstancias socioeconómicas de las distintas nacionalidades. Pese a ello, posee rasgos compartidos: es totalitario, autoritario, jerárquico, radical y unipartidista. Aún tiene epígonos e imitadores solapados en distintos países, de los que no puede sentirse excluido el nuestro, aunque se revista de ropajes democráticos.
En el plano de lo social, representativo y deliberativo, el fascismo erigió el corporativismo, trasuntado en las “cámaras funcionales” sustitutivas del parlamentarismo liberal y, conforme a su rechazo de la lucha de clases, sus formas corporativas incluían a los diferentes estamentos de la sociedad civil. La actual Asamblea Legislativa Plurinacional es prácticamente corporativista, pero sólo alimentada por los “movimientos sociales”, con exclusión del resto de sectores, bajo el cobertor del MAS, partido hegemónico susceptible de derivar en partido único.
Hemos recordado ya que ante la propuesta zabaletista calló toda la artillería opositora y como silenciada por una explosión, sólo una voz meliflua insinúo a manera de respuesta “es una tontería sin nombre”. ¿Es que unos y otros desconocen que el partido único es más que un artículo de fe del fascismo? En el fondo, más que una ocurrencia es una amenaza de fácil contraataque desde los reductos democráticos que se dice defender, siempre y cuando se tenga una mínima ilustración acerca de que fascismo es algo más que un insulto populachero.
Extraña que los legisladores, cuyo A,B,C deben ser las distintas doctrinas ideológicas y políticas, luzcan tamañas falencias en el dominio de algo que debería ser una de las herramientas básicas de su desempeño.
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