Los analistas políticos han realizado numerosos y sendos estudios acerca de las elecciones locales de marzo pasado, así como de los segundos plebiscitos en Tarija y Beni, esmerándose en datos numéricos y estadísticas, aunque muy pocas veces dando paso a consideraciones más profundas. Sometidos, naturalmente, a las técnicas políticas que caracterizan actualmente al país, se limitaron a los hechos concretos sin hacer deducciones ni obtener nuevas verdades.
Sin embargo, al margen de esas observaciones empíricas, las dos últimas elecciones para gobernadores y alcaldes han dejado para el pueblo boliviano interesantes lecciones que no dejan de tener interés y que muestran, en todo caso, que la actividad política no es estable ni sigue una línea recta sino, más bien, tiene un curso quebrado de gran elasticidad, así como registra no sólo aspectos de forma, sino también de fondo.
En efecto, en primer lugar se observa que las poblaciones de las grandes y medianas ciudades del país (e inclusive algunas pequeñas) se han pronunciado contra las fórmulas oficiales y se han inclinado con altos porcentajes a favor de los candidatos opositores. A la vez se pudo observar que, en la mayoría de los casos, la votación a favor del oficialismo sólo pudo observarse en sitios lejanos y con mayoría de población campesina.
Al mismo tiempo, se observa que los principales centros urbanos del país, como La Paz y El Alto, que manejan el timón de la opinión pública nacional y deciden el curso histórico de Bolivia, se pusieron contra el oficialismo de manera contundente, confirmando, en esa forma, que la orientación política del país ha hecho un viraje sustancial y está buscando nuevos objetivos para salir del resistido actual estado de cosas.
Ante todo se observa que el Departamento de La Paz, confirmando su posición política contraria al régimen y ya expresada con claridad en las elecciones de octubre del año pasado, ha vuelto a mostrar su importancia en el devenir del país, ya que como dijo alguien “caída La Paz, caída Bolivia”. Y es que, por un lado, La Paz siempre marcó el rumbo de la historia de Bolivia y, por otro, su actitud (como ley universal) es seguida por los pueblos del interior, en la misma forma que la actitud de las poblaciones urbanas es siempre seguida por los sectores sociales campesinos.
De esa forma, en líneas generales, la opinión política de la población boliviana ha dado en los recientes plebiscitos un vuelco de campana en relación con su conducta hasta dos o tres años atrás, fenómeno que, por lo demás, tiene una tendencia definida y tal vez invariable.
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