Buscando la verdad
¿Sabía Ud. que con el reciente incremento salarial -pagando apenas un aguinaldo al año- una trabajadora del hogar en Bolivia costará 3.331 dólares y un mensajero más de 3.800 dólares anuales?
“La distorsión del salario mínimo” titulaba el artículo que llamó mi atención, no sólo por sus datos sino por la valía profesional de quien lo escribió, don Armando Méndez Morales, Profesor Emérito de la UMSA y Miembro de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas, de esos economistas de los que uno nunca termina de aprender, aunque no todos sus alumnos han tenido la virtud de llegar a igualar su lucidez.
El artículo aborda el incremento salarial obligatorio que cada año se decreta en Bolivia, tanto para el mínimo como la masa salarial -seguramente con la idea de dinamizar la demanda interna- igual como hacían los gobiernos neoliberales.
Méndez explica que entre 1986 y 1996 el salario mínimo aumentó más que la inflación, subiendo su capacidad de compra; y que si bien al inicio del Siglo XXI casi no creció por la crisis económica, desde 1996 hasta 2014 el salario mínimo trepó 5,5 veces mientras la inflación apenas 3 veces, con lo que su poder de compra subió grandemente.
Revela además que este tipo de aumento obligatorio que atañe al sector formal ha generado una redistribución del ingreso entre los asalariados, porque si en 1996 el salario promedio en el sector privado equivalía a seis salarios mínimos, para el 2013 cayó a tres; y esta redistribución es mayor si se considera el salario medio del personal ejecutivo -que en 1996 representaba 25 salarios mínimos- en tanto que para el 2013 la relación bajó a 12 veces. Pero esta redistribución -que parece un “gran triunfo socialista”, observa Méndez- favorece a la mano de obra menos calificada en desmedro de la más calificada y de persistir, desde el punto de vista de la eficiencia económica resultaría nefasta: “¿Para qué estudiar una profesión, para qué esforzarse para alcanzar puestos ejecutivos si la remuneración no compensará el permanente sacrificio que significa mejorar continuamente la capacidad laboral?”.
Concluye advirtiendo que la ciencia económica ha demostrado que la generalización de tal práctica respecto al salario mínimo deviene en ¡más desempleo!
Si la política eleva los salarios, sube las prestaciones sociales, distorsiona la curva salarial y ocasiona presiones de costos, se corre el grave riesgo de alentar la sustitución de la mano de obra por máquinas y tecnología, igual como podría ocurrir en los hogares…
El autor es economista, Magíster en Comercio Internacional.
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