Plantas nucleares, serios peligros para la humanidad


 

A muy poco tiempo de comprobarse el poder ilimitado que tiene la fuerza nuclear con el primer estallido de una bomba atómica en Alamo Gordo, EEUU, 17 de julio de 1945 y los desastres producidos en Hiroshima y Nagasaki con el estallido de bombas el 6 y 9 de agosto de 1945, el mundo ha iniciado la construcción de plantas nucleares con fines pacíficos; medio de lograr energía eléctrica, utilización en muchos proyectos científicos que coadyuven al progreso de las ciencias y la tecnología; pero ese mundo ha comprobado que esos bienes se pueden convertir fácilmente en amenazas a toda la humanidad, especialmente con la “siembra” de ojivas nucleares que son un peligro para todo el orbe.

Los desastres producidos en Chernobyl, Rusia, y en la planta nuclear de Fukushima Japón, han sido considerados los más graves y peligrosos no sólo por lo ocurrido con esas plantas sino, muy especialmente, por las consecuencias debido a la amenaza de radiación nuclear que se propaga por toda la atmósfera envenenando el aire y las aguas de los océanos, atentando seriamente contra la naturaleza y con los graves daños que produce el almacenamiento de los residuos nucleares.

Al comprobar que el poder nuclear es más negativo que positivo para todo el planeta, muchos países han decidido paralizar la construcción de nuevas plantas atómicas, especialmente aquellas construidas para “resguardar la seguridad de países y para usos industriales” que han proliferado en los países ricos y que también han sido construidas en países pobres y subdesarrollados bajo la creencia de que la energía atómica “es más positiva, barata y segura para usos industriales, generación de energía eléctrica y otros” que “mejoren y aseguren el progreso de la humanidad”.

Si bien la energía nuclear ha significado grandes avances de las ciencias y la tecnología, la comprobación de su inminente peligro ha sido mayor y ello ha determinado que muchos países decidan desmantelar instalaciones que han costado mucho dinero y han funcionado por muchos años, en previsión de posibles desastres que impliquen el sacrificio de vidas de millones de personas y, además, atentados serios contra la naturaleza.

Hace poco, Alemania anunció el desmantelamiento de 16 plantas nucleares y su reemplazo con energías alternativas (solar y eólica) para la generación de energía. Posiblemente se anule también el uso de la energía nuclear en barcos, submarinos y otros que han entrado en competencia de fuerzas, especialmente en los países constructores de armas que han proliferado en todo el mundo, al extremo de que informes oficiales al respecto señalan la existencia de seis mil ojivas nucleares diseminadas en diferentes sitios del mundo “con fines pacíficos y para asegurar la paz” -eufemismo que se utiliza para justificar el armamentismo irresponsable en que está empañada la industria bélica desde hace muchas décadas-.

Finalmente, lo extraño es que algunos países pobres creen que las plantas nucleares podrían servir “al progreso de sus pueblos” e insisten en su instalación que, con seguridad, serán nuevos aportes que amenacen a la paz y seguridad del planeta. En los pueblos, hay la justa esperanza de que anuncios de nuevas plantas no sean realidad.

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