Alfonso Lupo
Don Pablo no tiene ningún reparo al asegurar que a él le gustaría ser Presidente de Bolivia, “sólo para prohibir que las familias se separen y que los niños sufran”. Lo dice con mucha seriedad y preocupación, pues ha vivido en carne propia el abandono de su esposa.
“Yo no me separé, me dejaron”, explica y no lo dice a modo de queja, simplemente constata su realidad y demuestra que él hace todo para que sus hijos se sientan queridos. No lo dice con palabras, por él hablan sus gestos y el modo en que se dirige a ellos: una sonrisa, un abrazo, una palabra de protección o la mano oportuna para quitarles el cabello de la cara o arreglarles la ropa.
Su fama de buen padre es conocida por gran parte de sus vecinos, en el barrio 4 de Agosto, el más lejano del Plan 4.000 de Santa Cruz de la Sierra.
Esta historia es una de las miles que se puede contar cuando se asume el apoyo a las familias en riesgo de desintegración como una prioridad en los planes de desarrollo humano. Muchas de estas familias, residentes mayormente en zonas periurbanas, sin acceso a servicios, sin oportunidades, atraviesan situaciones difíciles que tienen un impacto directo en la vida de los niños y niñas.
En 1969, Aldeas Infantiles SOS inició su trabajo en Bolivia ante la emergente cantidad de casos de orfandad que se registraron. Su respuesta fue diferente, en lugar de un orfanato, brindó una familia de acogida a los niños y niñas que habían perdido la suya, con una madre SOS capacitada para atenderlos, pero sobre todo dispuesta a darles amor.
En 1990, consciente de que el abandono infantil era producto de la situación de pobreza o crisis familiares, Aldeas Infantiles SOS implementó programas para prevenirlo apoyando a familias, desarrollando capacidades en ellas para que puedan asumir con amor y responsabilidad el cuidado de sus hijos e hijas.
Sin embargo, aumentaban los casos de abandono, desprotección y maltrato. Las familias enfrentaban problemas mayores que requerían una respuesta visionaria. Ante ello, Aldeas Infantiles SOS implementó un programa integrado para atender a mayor cantidad de familias, niños y niñas; sea cual fuere su situación. Combinó la experiencia desarrollada en más de 46 años de labor ininterrumpida y ahora brinda respuestas sostenibles a situaciones particulares de cada familia, integrando los servicios de restitución y prevención para que los niños y niñas ejerzan un derecho tan vital como es vivir amados y protegidos por una familia.
Esta respuesta nació en el mundo y Bolivia teniendo como eje articulador a las familias, en el entendido que la situación de los niños y niñas no puede revertirse si es que primero no se cambia la vida de las familias para evitar que sea la irresponsabilidad o la desesperación la única opción que encuentren.
El 15 de mayo se celebró el Día Internacional de la Familia, esperemos que sean más los actores sociales, individuales y corporativos los que nos ayuden a contar más historias como las de Pablo que, como muchas otras familias a las que apoyamos, hacen de su vida una historia de esperanza.
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