Dentro de pocos días los gobernadores electos irán a Sucre para ser posesionados por el Presidente del Estado, es decir, serán reconocidos como legítimas autoridades, pública y legalmente, tanto por el primer mandatario, que simbólicamente les abrirá las puertas de sus despachos para que actúen con el mando del que están investidos por voluntad popular, como por todos los ciudadanos, que acatamos la voluntad mayoritaria.
Los gobernadores de la oposición han anunciado que asistirán a ese acto, no obstante estar en desacuerdo con esa forma de asumir sus funciones. Lo hacen porque buscan la concordia, porque quieren cooperar con todas las autoridades del Estado, porque se sienten servidores del pueblo para solucionar los problemas que las regiones tienen. Todo eso es cumplir con la democracia y las leyes, lo cual merece elogios. Pero ¿qué va a pasar después de ese acto? Ese es un reto que la democracia nos lanza a todos, a gobernantes y gobernados: cumplir lealmente la Constitución; no su letra, sino su alma, que es concordancia con la recta razón, con el simple sentido común, el que nos permite diferenciar el bien del mal; el error, de la verdad; la mentira, de la equivocación de buena fe.
Comprender que gobernar es servir al pueblo y no servirse del pueblo; que el gobernante es el conductor momentáneo de un proceso de la vida social de los seres humanos, para que éstos, los hombres, puedan tener mejores condiciones de vida material y espiritual. Para que no les falte el vivir bien de todos los días, con libertad y pan, con respeto a su dignidad de seres pensantes, sin manosearlos con objetivos subalternos, sin manipularlos ofreciéndoles el oro y el moro, que, en el momento de la verdad, son únicamente para quienes obedecen ciegamente al mandamás.
A los gobernados, a respetar las leyes, a poner el hombro a las buenas y justas iniciativas de las autoridades, a trabajar de común acuerdo para el engrandecimiento de nuestro país, porque de esa manera estaremos construyendo el mañana venturoso para nuestros descendientes.
Ahora, tiempo del cambio, ¿podremos salir del sectarismo y el fanatismo, que han marcado a nuestra historia con montañas de odio y ríos de sangre? Cuando se nos dijo que el gobierno del MAS iba a integrar, finalmente, a nuestra sociedad en una sola, sin exclusiones, sin diferencias, haciendo que las leyes sean iguales para todos, muchos ciudadanos nos sentimos felices porque llegaba el tiempo de la equidad; pero lamentablemente debemos reconocer que somos humanos, muchas veces ingenuos, y creemos en promesas de candidatos.
Gobernar es distribuir responsabilidades para que los proyectos de los unos se complementen con los de los otros, es decir que las regiones se desarrollen con el crecimiento armónico del país. Lo ideal sería que nadie cree problemas para el otro, que todos cumplan las funciones que se les ha asignado; que todos tengan los recursos adecuados para llevar adelante los proyectos que piensan desarrollar; en suma, que no se caiga en el fanatismo sectario, donde uno quiere destruir al otro, simplemente porque es del otro partido; y nosotros queremos llevar adelante únicamente nuestras ideas, sin escuchar las de los demás.
Se ha denunciado que la Gobernación de Tarija, con un excepcional celo funcionario, recientemente se ha puesto a trabajar de tal manera, al punto de destinar alrededor de 9.000 millones de bolivianos en proyectos por ejecutarse en los años venideros; con eso, no dejan recursos ni iniciativas a la nueva autoridad. Algo parecido está sucediendo en la de La Paz, donde la carencia de fondos coloca en situación difícil al nuevo Gobernador. ¿Es pura casualidad, o algo hecho a propósito? ¿Se dirá luego que la oposición no cumple sus planes de acción y sólo el oficialismo es capaz de hacerlo? ¿Volvemos a los métodos del garrote y el engaño, pensando que la población es tonta, y no se da cuenta de las maniobras de la politiquería barata? En esas condiciones ¿de qué cambio hablamos?
El fanatismo está cegado por prejuicios, por eso es destructor y vengativo; es estéril, pues su cosecha es la nada y el odio, es la consigna del perro del hortelano. No es capaz de mirar al otro como persona sino como enemigo, porque su capacidad de comprender y de amar está tullida. ¿Seguiremos ese desastroso camino en nuestra historia? En ese caso, Dios nos ampare.
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