La numerosa población de los principales centros urbanos del país se ha visto privada, de un momento a otro, del pan nuestro de cada día debido a que el Gobierno suspendió la subvención a la venta de harina importada con alto precio y vendida a la mitad del adquirido. Según las autoridades, en los últimos seis años los gastos de subvención llegaron a cerca de mil millones de bolivianos, mientras el año pasado llegaron a casi 250 millones, pérdidas insostenibles para la crisis financiera que enfrenta el Estado ante la caída de los precios de las materias primas de exportación.
La escasez de pan ha determinado que el pueblo se vea obligado a no comer este artículo de primera necesidad y, en cambio, tener que adquirir tortas, galletas, pasteles y otros productos finos que quedaron en el mercado y que siguieron produciendo muchos panaderos, lo cual hizo recordar la frase de una reina de Francia, que ante las reclamaciones porque el pueblo no tenía el pan del día, expresó muy suelta de cuerpo: “Si no hay pan, que el pueblo coma tortas”.
La disposición del Gobierno se debería a que el país no produce el trigo que consume y el Estado se ve obligado a importarlo y, además, venderlo a la mitad del precio que lo compra. Pero ocurre que las pérdidas por esas subvenciones son insostenibles y, a la par, el presupuesto oficial enfrenta dificultades por factores externos. Esa crisis por falta de dinero obligaría al Gobierno a hacer ahorros y suspender las subvenciones.
En esa forma, la iniciativa estatal se debería a que el país no produce la cantidad de trigo necesaria, carencia atribuible a que el sector agropecuario del país está abandonado a su suerte, pese a las reiteradas advertencias de la prensa y los técnicos especializados, cuyas apreciaciones cayeron en saco roto e inclusive parecería que tampoco serán tomadas en cuenta ante la carencia de autoridades en atender el problema.
La decisión del Gobierno, sin embargo, tendría otras implicaciones, pues se cree que como tampoco tenemos producción de arroz, trigo, maíz y otros alimentos, también se procederá a limitar su importación y, por tanto, también serán objeto de racionamiento, como ahora ocurre con el pan y cuando cada familia recibe diez unidades diarias, sin considerar su baja calidad.
En ese sentido, se considera que Bolivia está en el camino de la crisis de alimentos que padece Venezuela, a la que se suma la escasez de divisas para las importaciones, aspectos que permiten prever que la seguridad alimentaria ha sido sustituida por la inseguridad alimentaria.
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