José Luis Bautista Vallejos
Estamos a poco de conmemorar el día del maestro, y por ello es necesario referir algunas de sus características sobresalientes, en beneficio de los estudiantes, la comunidad escolar y la sociedad en su conjunto.
En primer lugar, debemos recordar que la función que desempeña el maestro es la más importante y destacada en nuestra sociedad: educar a las nuevas generaciones. Educar no se limita simplemente a impartir los contenidos de una asignatura, sino que implica la formación de una persona plena, mediante un trato ético y afectuoso.
En segundo lugar, se debe pensar en el doble aporte que hace el maestro en provecho del país: por un lado el aporte social, pues educa a niños y jóvenes para que se constituyan, en el futuro, en hombres y mujeres de valía que contribuyan a construir una sociedad más progresista, a través de conocimientos aplicados en distintas profesiones y en diferentes oficios, así como ciudadanos y ciudadanas con un alto nivel moral y sólidos principios éticos. Por otro lado, el aporte cultural, pues el maestro es portador de la cultura de su sociedad y, por ende, preserva y transmite la misma a sus estudiantes, con amplitud de criterio y una entrega desinteresada al trabajo. En ese sentido, debe fomentar el respeto y gusto por prácticas cívicas y folclóricas que eleven el valor de nuestra nacionalidad y reprender por los excesos y vicios que, en nombre de “cultura” o “patriotismo”, representen un vejamen y una mella a la decencia y honorabilidad de las personas.
En tercer lugar, el maestro boliviano es prácticamente uno de los pocos profesionales que se lleva gran parte del trabajo a su hogar. Exámenes, trabajos prácticos, carpetas, resúmenes, trabajos de investigación o de redacción, ensayos... y la lista se amplifica en la actualidad debido al sistema de evaluación vigente. Y aunque en otros oficios se aplica el concepto de “horas extras” con una remuneración adicional, en el caso del trabajo a domicilio de los educadores bolivianos se ve un marcado menosprecio por parte de la sociedad civil y de las autoridades nacionales, ya que dicha labor fuera de clases no recibe atención salarial. Por el contrario, lo que abunda es una retahíla de críticas, observaciones y reflexiones trasnochadas cuando en la palestra del debate nacional se coloca el tema del incremento al emolumento del maestro. Hay un silencio cómplice que se contrapone al hecho de que casi todos los pobladores de este país han aprendido a leer y escribir, así como conocer el cálculo de las operaciones aritméticas básicas, gracias a un maestro.
Por lo anterior, indudablemente el maestro boliviano merece toda nuestra admiración y respeto, pues su papel no queda circunscrito a un aula, sino que abarca toda la realidad de nuestra Patria. Los bolivianos y las bolivianas que llenan de orgullo a nuestro país son frutos a largo plazo del trabajo tesonero y abnegado que el maestro labra, cotidianamente, con paciencia y fe, al frente de cada pizarra nacional.
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