[Harold Olmos]

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Al llegar el anochecer


La persistencia de las tensiones en Venezuela en una espiral sin fin exhibe la quiebra del sistema que instaló el comandante Hugo Chávez y acentúa la declinación de los regímenes que se instalaron bajo estandartes de izquierda de distintos matices en el continente. El colapso de los precios del petróleo ha puesto en evidencia sus deficiencias gerenciales que hace sólo unos meses costaba imaginar. Las nuevas realidades económicas han hundido la popularidad que algunos de los gobiernos de esos países ostentaban cuando llegaron al poder, en la cresta de insatisfacciones sociales y esperanzas de cambio. Más de una década después, las insatisfacciones no han sido absueltas y reaparecen exacerbadas por la sensación frustrante de que fallaron los líderes o escogieron caminos equivocados.

El gobierno de Nicolás Maduro tiene a figuras representativas de la oposición que desde la cárcel parecen causarle más temor y dificultades que si estuvieran en libertad. La disconformidad a su alrededor ha crecido a niveles que lo inhiben de convocar claramente a las elecciones previstas para este último trimestre, en las que la oposición le llevaría una ventaja gigante. Las esposas de los líderes encarcelados reclaman que desde otras instancias se presione al gobierno para liberarlos. Con las reservas monetarias internacionales en declive, forzadas por la caída de los precios del petróleo que cerraron la semana otra vez en descenso, el régimen se encuentra estos días ante renovadas apreturas. Cómo saldrá de ellas continúa siendo una apuesta abierta.

En Argentina, la era de los Kirchner parece sin salida. La presidente Cristina Kirchner luce destinada a una derrota sin remedio en las elecciones presidenciales y legislativas del próximo octubre. No pudo cambiar las leyes que le habrían permitido una reelección y la corriente peronista que lo apoya tampoco luce en condiciones de guardarle plenamente las espaldas cuando haya salido de la Casa Rosada.

En Brasil, la oposición a la presidenta Dilma Rousseff ha renovado su artillería camino hacia un eventual enjuiciamiento por el escándalo que golpea a Petrobras, el empresa bandera de Brasil, y por los efectos del “mensalao”, el gran esquema de corrupción que entró en vigencia bajo el gobierno de Lula. Los dos escándalos tienen presos a una docena de exejecutivos de empresas y a exlíderes del partido de gobierno. Las sospechas de la oposición sobre la responsabilidad de Lula en la mesada que compraba a parlamentarios para mantenerlos leales a su gobierno se acrecentaron tras revelaciones atribuidas al ahora expresidente uruguayo José Mujica de que el expresidente le había confirmado esa ilegalidad. El desmentido de Mujica a la versión no ha despejado el ambiente adverso que se cierne sobre el gobierno de Rousseff.

En mayo, encuestas de opinión dieron a la líder brasileña una aprobación inferior al 20%. Nunca estuvo tan desacreditada la noción que el PT sembró en Brasil de que “un nuevo mundo es posible” y que éste se volvería realidad bajo su comando. De igual forma, nunca ha estado tan desprovisto de eco el slogan “sin miedo de ser feliz” que llevó a millones a las calles a favor de Lula y partido. Por todo el continente y en sólo pocos meses, parece roto el monopolio de ética y honestidad que se atribuía a los líderes de la izquierda en la región.

En una corriente opuesta a la idea matriz de prolongar mandatos a través de reelecciones sucesivas recibió un golpe hace unos días, cuando Colombia aprobó una norma que prohíbe la reelección. Brasil está yendo más allá y su congreso proyecta prohibir la reelección continua para todos los cargos electivos, incluso de gobernadores y alcaldes. La norma puede erigirse en la mayor amenaza para gobiernos empeñados en mandatos indefinidos, desde Ecuador, donde ya se impuso la reelección sin límites, hasta Bolivia, donde el partido gobernante habla de un tercer período para el presidente Evo Morales cuando apenas ha comenzado el segundo (el tercero, de acuerdo con los dirigentes opositores que pactaron la aprobación de la constitución que rige las leyes del país).

El marco mayor para las tendencias que toman cuerpo en el continente es el reencuentro de Cuba y Estados Unidos, que puso fin al último resabio de la guerra fría en la región. La caída del Muro de Berlín en 1989 dejó huérfanos a los radicales de la izquierda. El desplome de la muralla entre la Habana y Washington a partir de diciembre representa un desplazamiento de placas geopolíticas capaz de generar una clase de neo huérfanos urgidos de reinventarse.

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