Feria del Libro de Madrid 2015 ¿Cómo sería un mundo sin libros?



“NO SABEMOS CUÁNTO DURARÁN LOS LIBROS. PERO SABEMOS QUE NOSOTROS NO DURAREMOS SIEMPRE…”

Madrid, (El País- Winston Manrique Sabogal).- ¿Cómo sería un mundo sin libros? Es verdad que sin ellos se puede vivir dignamente, admite el filósofo José Luis Pardo, y recuerda que se ha “se ha hecho así durante muchos años, y todavía hoy millones de personas en el mundo lo intentan todos los días. Pero para nosotros, los que vivimos en esta parte del mundo llamada Europa en este momento de la historia, resultaría sencillamente imposible imaginar siquiera un mundo sin libros en el que mereciera la pena vivir. Sin libros, todas las palabras de nuestra lengua perderían inmediatamente una parte sustancial de su significado, de su riqueza, de su peso y de su sensibilidad”.

Una idea compartida por millones de lectores en todo el planeta y por millares de personas estos últimos diez días a su paso por el Paseo de Coches del Parque del Retiro para visitar la Feria del Libro de Madrid. Una cita que en su ecuador, termina este 14, deja optimismo en sus expositores en cuanto a ventas. Y esos mismos compradores-lectores no se han sentido solos en esa idea de un mundo sin libros, cuando en cada uno de estos días a las doce, desde que se inauguró este evento cultural, la megafonía de la feria ha dejado escuchar en directo la voz de un filósofo, un escritor, un editor o un director de orquesta para recordar la importancia de la creación escrita.

El primero fue José Luis Pardo. El significado de las cosas, la percepción del mundo y de la vida no sería la misma porque los libros han ayudado a su conformación, han contribuido a moldearla. Conceptos como amor, tristeza, felicidad, dolor, triunfo, sueño, deseo, odio, trabajo o aventura no serían lo mismo sin ellos. En palabras de Pardo: “¿Cómo podríamos siquiera reconocer lo que nos pasa si los libros no nos enseñasen su nombre, si no nos enseñasen a deletrearlo, a sentirlo, a extrañarlo, a huir de ello o a perseguirlo? ¿Cómo habríamos podido, sin los libros, aprender que en la vida no todo es aprovechamiento ni ensimismamiento, cómo habríamos llegado, sin los libros, a complicarnos la vida, a buscar más allá de lo inmediato, a ponernos en el lugar del otro, de cualquier otro?”.

¿Cómo podríamos siquiera reconocer lo que nos pasa si los libros no nos enseñasen su nombre, si no nos enseñasen a deletrearlo, a sentirlo, a extrañarlo, a huir de ello o a perseguirlo?

Cada obra es un mundo y ensancha el de quien la lee. Almudena Grandes reconoce que ha aprendido muchas más cosas en los libros que en la vida: “Y he sido feliz, desgraciada, y me he reído, y he llorado, y me he asustado, y me he emocionado, y me he enamorado, y me he desenamorado muchas veces más, porque los libros viven, laten, palpitan con su propio corazón”. Y admite que “tal vez sería capaz de llegar a ser feliz trabajando en otra cosa”, pero, sin duda, para ella, “vivir sin leer ya no sería vivir, sino un sucedáneo insoportable de la vida”.

Gracias a ellos no nos sentimos solos. Eso cree Xavier Güell, director de orquesta y escritor. Asegura que la lectura “es el gran motor de la vida no sólo porque nos inspira y nos revela el sorprendente significado de nuestra existencia, sino porque nos enseña a compartir; a salir de nosotros mismos para penetrar en otros mundos que acabamos reconociendo como propios. Y por fin comprendemos que el pulso desenfrenado de la alegría y el dolor, de la duda y la certeza, de la realidad y los sueños que yace en la literatura es en definitiva el espejo perfecto donde inevitablemente nos reflejamos. Flaubert tenía razón al decir: ‘Lee para vivir’. Sabía bien que la palabra escrita se funde en nuestro interior y nos da la energía necesaria para afrontar mejor el difícil reto de nuestras vidas”.

Sin libros sería el fin de ese amigo y esa compañía anhelada y mentada por todos, según Milagros del Corral, escritora y exdirectora de la Biblioteca Nacional. El libro, dice, es un maestro que no la abandona, siempre dispuesto, confiesa, “a tomar mi mano para seducirme, emocionarme, para invitarme a recorrer mundos ignotos, a vivir otras vidas, a gozar y sentir, a reír y llorar, a aprobar y criticar, a pensar y a crecer… ¿qué mejor maestro de la vida?”. Y aunque suena a lugar común, “es el mejor amigo”, “ese que, sin pudor, se abre en canal a mis ojos ansiosos, para darme todo sin pedirme nada. Sólo el tiempo evitando que lo pierda, sólo algo de silencio para librarme de tanto ruido inútil que nos acosa por todas partes”.

Hay muchas clases de pobreza, pero la miseria de un mundo sin libros haría de nosotros, de pronto, unos completos desdichados. Pero para que los libros nos libren de esa pobreza, para que los libros sean verdaderamente libros, han de tener lectores

Lluvia, refugio, salvavidas, casa, amigo, felicidad y muchas cosas más son los libros de los que siempre se espera casi todo. ¿Pero y qué quieren o esperan los libros de nosotros? Es lo que se pregunta el editor Constantino Bértolo. Y se contesta: “Damos por supuesto que todos quieren lo mismo: ser leídos desde la primera a la última página. Pero quizás detrás de ese deseo tan común se esconden deseos más particulares. Porque cada libro es un mundo. Algunos, por ejemplo, quieren ser leídos en el silencio de las noches y con luz artificial, mientras que otros prefieren ser asaltados en playas al borde del mar, con el rumor de las olas trotando bajo la luz del sol. Otros simplemente quieren ser comprados porque su único deseo es llegar a ser famosos para salir en la lista de libros más vendidos. Son esos libros que se abren sitio a codazos, a golpe de marketing y publicidad y buscan desesperadamente ser montón y ocupar las primeras filas de los escaparates”.

Aunque no todos tienen vocación de estrella. Según Bértolo “también existen libros que disfrutan viendo cómo los lectores y lectoras los descubren y llegan hasta ellos porque unos y otras comentan sus bondades a otras y unos alabando sus historias y palabras”.

Como dijera José Luis Pardo, al inaugurar este recorrido, “hay muchas clases de pobreza, pero la miseria de un mundo sin libros haría de nosotros, de pronto, unos completos desdichados. Pero para que los libros nos libren de esa pobreza, para que los libros sean verdaderamente libros, han de tener lectores. Adelante, pues. No sabemos cuánto durarán los libros. Pero sabemos que nosotros no duraremos siempre, y aún estamos a tiempo de aprender algo”.

Y por eso mismo, en el juego de la literatura, revolotea la pregunta que va a cada uno de ustedes: ¿Cómo sería un mundo sin libros?.

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