El Congreso discute castigar hasta con 50 años de cárcel a los responsables de ataques con productos químicos.
Laura Daniela Lagos tiene 15 años y es la última víctima de un ataque con ácido en Colombia. Su agresora, Dayana Buitrago, otra joven de 18 años, era su mejor amiga y estudiaban en el mismo colegio. Pero esa amistad dio un trágico giro el jueves pasado cuando Lagos salía de su casa en el norte de Bogotá y Buitrago le arrojó un producto químico que le quemó el lado izquierdo de su cara, parte del cuello, la lengua y los labios. Las causas que llevaron a Buitrago a cometer el ataque no se conocen todavía. Desde el incidente, la menor permanece en un hospital y tendrá que someterse a numerosas cirugías, mientras que su otrora amiga –que, según el diario colombiano El Tiempo, no reconoció los cargos por tentativa de homicidio– está tras las rejas a la espera de un juicio.
El ataque ha encendido de nuevo las alarmas en un país donde continúan saliendo a la luz más casos de ataques con sustancias químicas. Desde 2012, la Fiscalía ha registrado 190 ataques, de los cuales el 71% se cometieron contra mujeres, y la mayoría tuvieron lugar en Bogotá. El caso más emblemático es el de Natalia Ponce de León, quien hace un año sufrió el ataque más violento que se ha registrado en Colombia. Ponce, de 33 años, estuvo a punto de morir cuando un hombre, obsesionado con ella desde hacía tiempo, le arrojó ácido en dos ocasiones causándole quemaduras en la tercera parte del cuerpo y dejándola prácticamente sin rostro.
La joven, que se ha sometido a 16 cirugías, se ha armado de valor en medio de su recuperación para hablar no solo de su dolor, sino también de lo que llama su “resurrección”, y mostrarle su cara al país. Hace dos semanas, en el juicio contra su agresor, Ponce, que siempre lleva puesta una máscara transparente, narró cómo es vivir con la huella imborrable del ácido. Contó que además del rostro, también resultaron afectados la zona abdominal, los brazos y las piernas. “Alcancé a tragar ácido, lo que me afectó las vías respiratorias. Esa fue la parte más dura”, explicó a El País.