¿Cuanto menos tareas mejor?

Por segundo año desde el Ministerio de Educación se imparte una decisión extraña e inadecuada para la Educación Nacional, relativa a la vacación invernal escolar. Consiste en prohibir a los docentes que impartan tareas para el indicado período, bajo alternativa de aplicarles duras sanciones. Como en otros rubros de la vida nacional, prevalece un afán innovador, de diferenciación de lo que se tenía por costumbre, por lógica y por razón, pero se trata en todo caso de cambiar por cambiar y no porque sea bueno o mejor.

Siempre con el ánimo de confrontar, tan característico del actual estado de cosas, los padres de familia deben denunciar a los profesores que infrinjan esta determinación. Las sanciones comprenden una gama que abarca desde una severa llamada de atención, que más allá de su levedad aparente, quedará como un borrón en la hoja de servicios que acompaña el desenvolvimiento de cada maestro. Otra sanción -grave por supuesto-, es el proceso administrativo que de acuerdo con el reglamento de Faltas y Sanciones del Magisterio puede acarrear la separación definitiva.

La confrontación es ya una mala carta del transcurrir cotidiano de la educación en nuestro medio. Las no siempre bien intencionadas Juntas Escolares juegan un papel de intriga y desavenencia en la comunidad educativa, interfiriendo muchas veces el normal y armónico desenvolvimiento del período lectivo. La prohibición en cuestión no deja de violar la independencia profesional de optar por la metodología que se considere más conveniente para la obtención de resultados, porque hemos de suponer que el maestro es un profesional en su campo.

El nuestro no es un país que pueda presumir de competente en materia educativa, basta ver el bajo aprovechamiento que en término medio presentan los estudiantes. Ocupamos las clasificaciones más rezagadas comparativamente con los países vecinos y no hay punto de comparación con los más modestos del primer mundo. Las autoridades del ramo se resisten a participar en evaluaciones internacionales como las denominadas PISA, seguramente porque las conclusiones serían devastadoras. Para evadirse de estos concursos, se los tilda de imperialistas y neoliberales.

Países de Asia como Hong Kong, India y muchos otros, conscientes de que en los tiempos actuales la riqueza es el conocimiento, han establecido el período regular de estudio de 10 horas diarias, pero luego de un “breick” los estudiantes de todos los ciclos cumplen 4 horas complementarias en el aula. Impresionado al respecto, el Presidente del Estado instruyó que las clases se impartan mañanas y tardes, pero no se pudo dar curso. En Bolivia sólo se asiste a clases 4 horas, en turnos de mañana o en las tarde. Si a esto se agrega los días festivos y de interrupción de clases, el tiempo efectivo sufre una baja considerable.

Volviendo a las tareas de vacaciones, es fácil comprender que no deben ser ampulosas ni fuera de lo avanzado, sino a modo de repaso y sostenibilidad de los conocimientos, dejando margen para actividades recreacionales. Las vacaciones de fin de curso, por su extensión, son el verdadero descanso pedagógico y como tal se las debe entender. No es con los relojes a contramano de las manecillas horarias que se progresa y se pisa los terrenos de la realidad, sino poniéndose a tono con las mejores corrientes de crecimiento espiritual y material que, en verdad, constituyen una verdadera revolución.