El Paraguay había concebido muchas décadas atrás apoderarse de todo el Chaco boliviano y conocía metódicamente las condiciones territoriales, étnicas, económicas, sociales y las complejidades de las comunicaciones terrestres de Bolivia y había evaluado las ventajas implícitas que le significaban tales características de su potencial contendor. Por el contrario, Bolivia desconocía a quién debía enfrentarse tarde o temprano. Este cuadro desmiente algunas afirmaciones de que se trataba de dos naciones que se desconocían mutuamente. Paraguay se asumía propietario de todo el territorio litigioso, pero los antecedentes históricos y jurídicos jugaban a favor de Bolivia. La jurisdicción de la Audiencia de Charcas incluía al Chaco y constituida la República la respaldaba el uti possidetis sobre el cual las naciones americanas se independizaron de España.
De nada sirvieron tratados y protocolos por los que Bolivia sacrificaba en provecho del Paraguay importantes sectores del Chaco en procura de la paz entre dos pueblos hermanos. Algunos de dichos protocolos fueron Tamayo-Aceval, 1887; Quijarro-Decoud, 1889; Ichazo-Benítez, 1894 y otros en el Siglo XX, empero el vecino país había convertido la ocupación del Chaco en el leit motiv de su existencia. En cambio el Estado Mayor boliviano subestimando la realidad pretendía llegar a las puertas de Asunción a plan de látigo. En esas circunstancias y ante alguna ligereza en Laguna Chuquisaca (denominación boliviana), se encendió la chispa del voraz incendio de la guerra (1932-1935). De no haberse presentado ese episodio, en cualquier momento el adversario encontraría algún pretexto para iniciar hostilidades, preparado como se encontraba, mientras en contraste Bolivia poco o nada había previsto.
En ese panorama, después de la paradigmática y heroica defensa de Boquerón, el Ejército nacional empezó a sufrir las consecuencias de las imprevisiones, al paso que el Paraguay desplazaba enormes contingentes militares sobre sus objetivos estratégicos, gracias a sus comunicaciones fluviales y vías férreas, casi hasta el teatro mismo de operaciones, como, por ejemplo, Puerto Casado. Los regimientos bolivianos debían descolgarse desde las mesetas andinas para tropezar con falta de conexiones viales al Chaco y, lo que es peor, contemplando movilizaciones “a cuenta gotas”. Tampoco es cierto que se reclutaba solamente a sectores populares e indígenas hacia el frente, sino que en una primera etapa la clase media conformó el contingente de combate y la oficialidad se nutría también de la misma extracción social. Sólo cuando este concurso se vio prácticamente diezmado, se tuvo que recurrir a los otros estamentos de la sociedad.
Otro factor que contribuyó al desastre, fue la desavenencia permanente entre el Alto Mando militar y el presidente Daniel Salamanca sobre decisiones tácticas, a tal punto que los desacuerdos se manifestaban paralelos al contraste de las armas. Sin embargo, esta confrontación ha sido y es el compañero insuperable del transcurrir nacional y es responsable de muchas frustraciones. El epílogo de estos desencuentros fue el vergonzoso “corralito”, por el que se depuso al presidente constitucional Daniel Salamanca en pleno teatro de las operaciones.
La Guerra del Chaco, no sin segar la vida de más de 60.000 hombres de ambos bandos, llegó a su fin al medio día del 12 de junio de 1935, luego de una bien concebida defensa de Villamontes bajo el mando del Gral. Bernardino Bilbao Rioja para detener al invasor. Bilbao Rioja fue, sin duda, uno de los jefes más esclarecidos de la contienda.
Un aspecto digno de destacarse ante las nuevas generaciones, se refiere a la organización y aceptable eficiencia administrativa a lo largo del desenvolvimiento bélico tanto militar como civil. Al paso que una prístina gestión de los escasos recursos del Estado -manejados al centavo- permitieron el sostenimiento de la guerra y, lo que es más, la movilización de tres ejércitos consecutivos dotados de armamento, vituallas y bastimentos suficientes, destinados a subsanar los contrastes casi de aniquilación sufridos en el frente.
En efecto, exclusivamente las arcas nacionales solventaron la emergencia al margen de otros auxilios económicos y tan sólo con algún empréstito para la adquisición de armamento. De ese modo la hoy vilipendiada República no solamente en la Guerra del Chaco, sino en otras tantas con nuestros vecinos, supo ponerse a tono con la defensa de la dignidad nacional y “preservar por entre todos los peligros la independencia” nacional y, hasta donde era posible, la integridad del país. Valdría la pena saber si en situaciones parecidas, la actual bonanza -de la que se saca buen partido- sería capaz de enfrentar, en toda la extensión de la palabra, semejantes desafíos y compromisos.
El autor es escritor y abogado.
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