Tradicionalmente la política boliviana ha fluctuado en forma pendular, es decir pasó de un extremo de derecha a extrema izquierda, de etapas de orden a etapas de intranquilidad, del democratismo al ultrademocratismo, etc., sin poder alcanzar un proceso socio-histórico que garantice su desarrollo y le permita estabilizarse tanto como nación como con un orden democrático promisor. Ese proceso fluctuante se registró principalmente desde mediados del Siglo XIX, una vez que el estable régimen crucista fue destruido y suplantado por tendencias conservadoras de origen colonial.
Esa cambiante y anormal situación fue acentuándose en recientes decenios, llegando al caso de alteraciones que seguían una a otras en términos de meses y aun semanas. La intranquilidad social causó la fuga de capitales humanos, materiales e inclusive culturales y políticos, dejando a la sociedad boliviana en la orfandad de esos valores y produciendo, al mismo tiempo, una agravación de ese régimen que transcurría en medio de un mar embravecido, sin puerto a la vista, sin capitán de la nave del Estado y otros aspectos similares.
En todo caso, como consecuencia lógica de posiciones políticas adecuadas a la realidad, en algunas oportunidades el país registró momentos de orden y paz, pero que, de manera lamentable, terminaron de forma abrupta o con caracteres de extrema violencia. Así, el desarrollo histórico boliviano se hizo pendular y hasta caótico y de un proceso de avance se pasó a retrocesos sucesivos al pasado, tal el caso de los experimentos utópicos de ideologías populistas que miran el pasado colonial y feudal como la tabla de salvación de intereses anárquicos.
La figura se hizo más ostensible en tiempos recientes en torno a la cuestión de la democracia, la misma que terminó siendo desvirtuada por corrientes partidarias sin norte y sin guía. Tal el caso de la crisis que se vivió y aún se vive en la ciudad de El Alto de La Paz, donde el firme intento de establecer el orden por medio de la vía electoral cayó en lamentable resultado y se intentó volver a fojas cero o más propiamente, retroceder al pasado prehistórico. En efecto, la elección de la principal autoridad edilicia de esa ciudad con más de un millón de habitantes cayó en saco roto y grupos minoritarios desplazados y derrotados volvieron a la carga, no sólo para desconocer el nuevo orden triunfante, sino los más elementales principios democráticos, entre ellos el respeto a la mayoría.
Esa actitud ultrademocratista y populista de querer construir un socialismo aventurero sobre los saldos de un comunitarismo anacrónico, sin pasar previamente por la etapa democrática, en la desesperación por su derrota, como en otros lugares del país (como Tarija, Beni, Chuquisaca), se dejó arrastrar al desorden. Se llegó inclusive al desconocimiento de los resultados electorales y a utilizar procedimientos bonapartistas, o sea el uso violento de sectores sociales desplazados, con objeto de recuperar el poder y restaurar un régimen antidemocrático y acusado de corrupción. Tal objetivo, sin embargo, terminó en el fracaso en toda la línea, permitiendo la consolidación, en sus funciones, de la alcaldesa que recibió el respaldo mayoritario del pueblo alteño.
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