En pocas circunstancias de la historia Bolivia y Chile se dieron la mano para poder emprender un proceso de mutuo respeto, con el consiguiente intercambio de inquietudes a favor de una verdadera, duradera y sólida integración bilateral. De veras que fueron contadas las veces.
Lamentablemente, la intolerancia, la suspicacia y la alevosía asumidas de manera permanente y sistemática por el país vecino, a fin de no restituir la soberanía de Bolivia en el Pacífico, han truncado el curso de aquellas buenas intenciones, que quizá hubieran permitido construir un andamiaje de una proyección histórica, con la tendencia a superar las rencillas del pasado que nos distanciaron, que nos enemistaron y confrontaron a ambos países.
En consecuencia, el hostigamiento en contra de Bolivia, por parte del poder oligárquico, encaramado en La Moneda, no ha cesado ni por un instante. Esa actitud proviene, ni duda cabe, desde los tiempos de Diego Portales, el irascible adversario del integrador de pueblos, el Gran Mariscal de Zepita, que condujo los destinos del país, entre el 24 de mayo de 1829 a 9 de febrero de 1839. Hoy ese hecho se traduce en reproches y dicterios proferidos por los gobernantes chilenos, con la finalidad de empañar no sólo el histórico contenido de la demanda marítima boliviana, sino la imagen del alto tribunal de la Organización de Naciones Unidas con sede en La Haya.
Se entiende también, como un acto de hostigamiento, dirigido, directa o indirectamente, hacia Bolivia, la decisión que tomó la presidenta Michelle Bachelet al pretender suspender una reunión programada, anteladamente, con su similar peruano, Ollanta Humala, al informarse que éste había expresado su respaldo a la causa marítima boliviana, recientemente.
Y el hostigamiento en la gestión gubernamental del dictador Augusto Pinochet fue el sembrado de minas antipersonales en la frontera con Bolivia. “Las Fuerzas Armadas chilenas, sobre todo la armada, se opusieron a cualquier cesión territorial a Bolivia (en 1987)”, escribe Ramiro Prudencio Lizón (“Lazos”, revista de la Fundación UNIR Bolivia, enero – junio de 2007, pág. 24).
Este hostigamiento, que es permitido por el gobierno democrático y supuestamente de izquierda que preside Michelle Bachelet, aún persiste como una seria amenaza para la paz, para la convivencia pacífica y el entendimiento civilizado.
Por la erradicación total, en nuestra región, de las minas antipersonales, se pronunció, de manera terminante y unánime, la Segunda Reunión de Presidentes de América del Sur, que sesionó el 26 y 27 de julio de 2002, en Guayaquil – Ecuador, cuyo documento final fue intitulado “Declaración sobre zona de paz sudamericana”.
Doce representantes nacionales asumieron esa decisión con el propósito fundamental de preservar, de profundizar y consolidar la paz, que permite construir un destino mejor. Entre los que aprobaron y firmaron esa propuesta, de interés continental, estuvo el presidente chileno Ricardo Lagos.
En suma: el hostigamiento chileno permanece y permanecerá mientras persista el diferendo marítimo.
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