Siempre es notable y constructivo que los pueblos reconozcan los valores y principios de quienes pretenden servirlo bien; esto es, más o menos, lo que ha ocurrido en El Alto, cuya población, cansada de una mala y corrupta administración, ha votado en las elecciones del 29 de marzo por quien demostró disposición para actuar con honradez y sentido de responsabilidad.
La alcaldesa de El Alto alcanzó, pues, a responder a la confianza otorgada con el voto de una población que sabe valorar sus intenciones, su trabajo y vocación de servicio. Ella, celosa y enérgica desde el principio, dio los pasos precisos para cumplir sus propósitos y descubrió cuánta corrupción hubo en anterior administración y cuánto daño se hizo a esa ciudad y al pueblo.
Los extremos descubiertos son de largo e increíble listado; son tantos que será muy difícil cuantificarlos debidamente; sin embargo, las auditorías que son efectuadas se encargarán de arrojar luz sobre lo sucedido y, como correspondería, sus autores ser juzgados y sancionados aparte del resarcimiento, siquiera en parte, de todo lo mal hecho.
Lo lamentable de esta situación es que el adversario en elecciones de la actual alcaldesa, alcalde por varios años, en toda su campaña para ser reelegido contó con la confianza, la ayuda y el apoyo incondicional del Presidente de la República que, seguramente, pensó que se había obrado honestamente. ¿Cuál será el remordimiento del Primer Mandatario por haber confiado en quienes no sabían responder ni actuar debidamente? Es de esperar que la experiencia sirva para que en el futuro no se actúe a favor de partidos o candidatos y que haya sólo dedicación y trabajo por las propias obligaciones y responsabilidades.
Un conglomerado de personas, cuasi propietarios de la Federación de Juntas Vecinales de El Alto, quería seguir en funciones desconociendo las disposiciones de la alcaldesa; querían, de todos modos, continuar con el festín de buenos ingresos y atenerse sólo a sus caprichos, desconociendo a las nuevas autoridades, como son los sub-alcaldes y asumiendo autoridad sobre la alcaldesa y el propio Concejo Municipal; en otros términos, seguir disponiendo de poderes absolutos para que el municipio esté a su servicio; felizmente, la nueva autoridad puso las cosas en su lugar y destituyó a quienes buscaban eternizarse en funciones que incumplieron y sólo utilizaron para su beneficio.
La conducta de la alcaldesa de El Alto merece no sólo apoyo sino el reconocimiento de toda la colectividad nacional porque se erige en una especie de ejemplo sobre cómo deben actuar las autoridades que tienen conciencia de país, vocación de servicio y dotes de honestidad y responsabilidad en servicio del pueblo.
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