Una frontera común se impone entre el territorio boliviano y el territorio chileno. “Esta frontera internacional comienza al Norte en el hito No. 1 en Choquecota y sigue por las altas cumbres de la Cordillera Occidental en dirección Sur hasta el Cerro Licancabur, más o menos en el paralelo 22°45’ S; de allí va hacia el Este hasta el cerro Zapaleri que forma el límite tripartito entre Bolivia, Chile y la República Argentina”, según el dato que nos proporciona Jorge Muñoz Reyes, en su libro “Geografía de Bolivia”, editado en 1977, página 6.
Una frontera que no inspira confianza en el pueblo boliviano. Tampoco permite tender lazos de amistad, de tolerancia y reconciliación, bilateral, en razón a que en el lado chileno se ha reavivado un espíritu antiboliviano, reacio a todo proceso integracionista, desde que nuestro país elevó su demanda marítima a conocimiento de la justicia internacional. A partir de entonces se desató una sarta de imposturas con la intención de minimizar o desvirtuar ese recurso legal.
“Y sólo los que detentan lo ajeno tienen miedo del juez y de la justicia”, sentenció Franz Tamayo (Mariano Baptista Gumucio: “Tamayo y la reivindicación marítima”, 1978, página 176).
El poder oligárquico chileno, no satisfecho con haber succionado, de manera inmensa, los recursos naturales, renovables y no renovables, del Departamento Litoral, pretende ahora supeditar a sus propósitos expansionistas al tribunal de la Organización de Naciones Unidas, con sede en La Haya. Y lo hace con el fin de perpetuarse en el territorio costero que nos usurpó con la invasión de 1879.
Los tiempos han cambiado, obviamente. La mentalidad política de la región latinoamericana y del mundo también. Empero la mentalidad expansionista y saqueadora chilena, no. Ahí tenemos la actitud cicatera del canciller Muñoz, que se ha constituido, en el litigio boliviano – chileno, que se debate en La Haya, en el hombre símbolo del poder oligárquico transandino, que permanentemente reitera su molestia en contra de Bolivia, un país pacifista y que jamás, que sepamos, invadió ni ocupó territorios ajenos.
Y acá no se trata de reanudar, por reanudar, relaciones diplomáticas con Chile, como insinúan ciertos políticos del país vecino, sino que aquella nación invasora adquiera, previamente, un compromiso serio, de cara a la comunidad internacional, que contemple el objetivo de llegar a un entendimiento con Bolivia, lo antes posible, en torno a una solución, definitiva, del tema marítimo. En el supuesto de que no haya acuerdos de esta índole habría que esperar el veredicto de la Corte Internacional de Justicia en relación con la demanda marítima boliviana.
Los bolivianos no estamos desesperados por reanudar relaciones diplomáticas, a nivel de embajadores, con Chile, sino continuar haciendo fuerza en La Haya, con el acompañamiento de naciones y pueblos amigos como Perú, Paraguay, Ecuador y tantas otras personalidades del mundo cultural y artístico.
En suma: Chile, representado por el poder oligárquico, siempre estuvo abocado a defender sus intereses expansionistas, en esta parte del Cono Sur.
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