Almirante (sp) Jorge Botello Monje
Eran las 9 y 15 del primer día, la sala número 2 estaba poblada de postulantes, en ese momento llegaron unos funcionarios que se dedicaron a mover sillas y mesas preparando el ambiente para la entrevista “examen”. Al poco rato una señorita comienza a controlar a los asistentes, muchos no están en la lista, afirman que en Secretaría les dijeron que esa era la mesa a la que estaban asignados. Alguien le reclama por la demora a quien parece estar a cargo, “nos citaron para las ocho y media y aún no comienza la evaluación” dice; el aludido responde con un seco “disculpen”. Uno de los aspirantes habla por su celular, “honorable, el material para la sesión está en un flach (sic) que le dejé a la fulanita”.
Los no incluidos en la lista van protestado en voz baja a la Secretaría, se cruzan con el Presidente, no falta quien le dice que todo está muy desorganizado, “sí, que pena” responde sin dejar de sonreír. Llegan a la oficina, el encargado, revisando las listas les señala la mesa número 1, se encaminan hacia allá, se sientan en las proximidades.
Comienzan a pegar listas en las paredes, la gente se acerca a verificar si se encuentra en el lugar correcto, alguien pide que se retiren para poder ver su nombre, la gente se aparta, se oye reclamos por la desorganización y por lo tardío de esa medida, las listas debían estar cuando llegamos a las ocho y media dice uno, yo estoy desde las ocho reprocha otro.
Cuestionan que se presente gente que ya ocupó los cargos, “sí, lo que está mal es por su culpa”, dice uno; “deberían dedicarse a otra cosa”, dice otro; “lástima, pero tienen derecho”, acota un tercero.
Alguien no encuentra su nombre y reclama, aparece un funcionario, repasan las listas y no está en ninguna, “seguramente se equivocaron, seguro lo llamarán mañana o pasado”, le explican, el omitido se retira protestando, son las 10 y 15 de la mañana.
Un abogado conversa con un docente universitario, “deberían contratar una empresa que haga las cosas mejor”, expresa; “la universidad podría hacer las evaluaciones”, adiciona el docente; “no, mejor una consultora”, señala un tercero que se suma a la charla. Desde la sala 3 se oye voces, alguien expone sus conocimientos, pero, pregunta otro, ¿para qué quieren que se sepa de memoria las cosas? ¿Acaso los jueces no leen sus códigos cuando deben decidir algo? Nadie dice algo.
La gente se va tranquilizando, seguramente en la Mesa 1 y la 2 ya están evaluando, en verdad ¿será le gente más indicada la elegida?
La duda se aclarará más adelante, pero es evidente el poco interés de los responsables en hacer las cosas bien, ¿no debieran las instituciones públicas ser ejemplo de organización y consideración con los ciudadanos? ¿No podían quedar la noche anterior las mesas y sillas acomodadas y las listas en lugares visibles para que la gente, al llegar, sepa a dónde dirigirse?
Esto es fácil de responder, pero ¡qué decepción la Comisión!
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