El Papa, la Iglesia y el medioambiente

Puntual como siempre la Iglesia Católica, siguiendo la perspectiva de los problemas humanos, no podía dejar de hacer escuchar su voz frente a la destrucción del medioambiente bajo el signo del materialismo utilitario. En efecto, la reciente encíclica papal Laudato Si tiene la virtud de poner en el primer plano de la preocupación mundial la amenaza del calentamiento global. Este llamado se anticipa con profunda convicción a la Conferencia de Naciones Unidas que sobre estos temas se realizará en París a fin de año.

Acompañado del principio de una “moral ecológica”, el Sumo Pontífice llama la atención por la responsabilidad que exige el momento, que interpela a unos más que a otros, pero que a todos atinge. Con originalidad abarca la situación de alcance “socio ambiental”, en la que los menos favorecidos llevan la peor parte.

Apoyado en fundamentos científicos irrefutables, el documento papal abarca el daño que sufre la naturaleza y la pérdida de respeto hacia ella que acarrea el industrialismo desmesurado, sacudiendo elocuentemente la conciencia -que no necesita precisamente ser cristiana- para percibir el daño que se infiere al hábitat humano. No en vano cabe reflexionar en que el derecho natural dota a todos de la valoración del bien y del mal.

El daño al medioambiente natural empieza por la desaprensiva explotación de la tierra, pasa por un industrialismo sin límites y también por el mundo financiero, induciendo al derroche de los bienes materiales a expensas de la naturaleza para terminar en el acomodo y el hartazgo individualista, ausente absoluto de todo rasgo de solidaridad con el prójimo, a lo cual se suma un no me importismo campante con el presente y el futuro muy comprometidos ya del planeta.

Lo cierto es que pese a haberse despertado la conciencia planetaria frente a los peligros ecológicos, tenemos grandes intereses y Estados que dan la espalda a la realidad, como sucedió con el Acuerdo de Kyoto, de hace algunos años, que no alcanzó sus objetivos por la renuencia a introducir controles ante la contaminación. Esta postura se niega a poner frenos graduales al Leviatán industrial y hegemónico que han implantado, como sucede con Estados Unidos, China, Indía, etc., pese a sus vacilantes promesas de control.

El llamado del Papa se dirige a las sociedades y a los gobiernos del orbe para que sacudan la conciencia de los poderosos carteles, de la empresa y políticos en aras de un profundo reordenamiento de la vida y del modo de actuar de cara a ella; para que los centros de poder mundial alejados de pautas espirituales elementales, recapaciten sobre su papel que, en verdad, debiera corresponderles y puedan reconducirse hacia el bien común. Por ello y mucho más pide terminar con el discurso hipócrita y falaz de los cónclaves internacionales y de las falsas promesas de la burocracia internacional. La invocación final clama que más pronto que tarde se tome rigurosos controles en defensa del medioambiente.