Expulsado el embajador de EEUU a fines del año 2008 y retribuida la actitud por el Gobierno de ese país con la expulsión de nuestro representante, mucha agua ha pasado por los puentes de las relaciones de ambos países. Mucho se ha dicho por parte de nuestro Gobierno y, prácticamente, se han congelado muchas posibilidades de nombrar nuevos embajadores. Lo sensible para nosotros es que, con el retiro del embajador americano, se suprimieron para Bolivia los beneficios del ATPDEA y salió del país la DEA (la entidad de lucha contra el narcotráfico) que tantas acciones desarrolló para contener al narcotráfico; posteriormente, también se dispuso la salida de Usaid, suprimiéndose con ello muchos programas a favor del país.
Lo más grave y contradictorio de esta situación es que casi permanentemente y en diversos niveles del Gobierno, se habla de “restablecer relaciones con el intercambio de embajadores”; pero, a poco, muy poco tiempo, se producen nuevas declaraciones contra el país del norte, con lo que, lógicamente, se congelan mucho más las posibilidades de un real acercamiento.
Si efectivamente se quiere normalizar relaciones con el país del norte, lo correcto sería mostrar comportamientos que no susceptibilicen a nadie y que las normas de respeto y consideración se muestren en todo sentido y que los hechos, más que las palabras, muestren las reales intenciones y no se den pasos adelante con miras a “conseguir buenas y leales relaciones”, para dar el doble de pasos en sentido contrario; en otras palabras, que las conductas sean constructivas, coherentes, respetuosas y responsables; de otro modo, habrá que ser sinceros tanto con nosotros mismos como con el Gobierno de los EEUU que espera, en todo momento, conductas coherentes y acordes con las mejores intenciones. Si no se desea reabrir relaciones con el intercambio de embajadores, hay que decirlo, mostrarlo fehacientemente y seguir en la actual posición de “amistades tibias” y sin trascendencia alguna.
Nuestras relaciones con los gobiernos de los Estados Unidos siempre han sido cordiales, respetuosas y constructivas; hubo acuerdos que contribuyeron seriamente a las políticas de combatir al narcotráfico; en el campo económico financiero hemos sido objeto de políticas de comprensión y ayuda, como es el caso de la Ley 480 que nos ha beneficiado para combatir la pobreza, aunque, en el fondo, resultó una especie de freno para que salgamos, por nuestros propios medios, de la pobreza y la dependencia. En general, bien se puede decir que ambos países se han beneficiado con las políticas demostradas durante muchas décadas y reponer esas conductas sería lo más conveniente y prudente.
Es tiempo, pues, de definiciones en las que es preciso abandonar las poses de soberbia que sólo acarrean desconfianza hacia el país, cuando bien se sabe que un intercambio de embajadores contribuiría a que posibles inversionistas confíen plenamente en Bolivia y surjan políticas de acercamiento económico-financiero tan importante en este tiempo de crisis.
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