Chile, el país agresor, con 9.000 kilómetros de costa, es incapaz de asumir un gesto de desprendimiento, a fin de restituir la cualidad marítima boliviana, mediante la cesión de, por lo menos, una pequeña franja territorial, sobre el Pacífico. Una actitud política cicatera que linda con la crueldad.
En este marco la frontera boliviana con Chile tiene una extensión de aproximadamente 875 kilómetros. Una frontera que corresponde a un país que, a consecuencia del perverso, del malintencionado y premeditado, plan de ocupación territorial, alentado por el expansionismo imperialista, fue enclaustrado, hasta el día de hoy. Un conflicto bilateral aún no resuelto porque así lo quiso y así lo quiere el poder oligárquico encaramado en La Moneda.
“Ningún país tiene la obligación de ceder su territorio, su mar, que le pertenecen legítimamente, que está amparado por un tratado (de 1904) válidamente celebrado”, arengó, a su pueblo, el entonces presidente de Chile, Sebastián Piñera (El Diario, jueves 9 de mayo de 2013).
“Desde la quebrada de Camarones al sur, hasta el Estrecho de Magallanes, todas las poblaciones son chilenas, netamente chilenas, formadas, desarrolladas y sustentadas con nuestros nacionales, con nuestros capitales, con el sudor y el esfuerzo del pueblo chileno. En esas poblaciones, incluyendo también al antiguo litoral boliviano, no hay casi bolivianos. Conceder, pues, una zona y un puerto en esos lugares, sería entregar a nación extraña millares de familias chilenas, y esto en plena paz, por pura condescendencia graciosa”, afirmó, en 1900, Abraham Koning.
Esta es la mentalidad que siempre se impuso en las esferas gubernamentales de la nación transandina. ¿En consecuencia que se puede esperar de una actitud de ésta índole? ¿El diálogo bilateral, con una demanda pendiente en La Haya, podrá cambiar el lineamiento político antiboliviano? ¿Permitirá restañar las heridas abiertas en ambos países?
El diálogo promovido por nuestro vecino, mediante sus voceros autorizados o ciertos testaferros, ha sido dilatorio, distraccionista e infructuoso, en todos los tiempos, es decir con Piñera o Bachelet. A título de diálogo Chile procura consolidar a su favor todo aquello que nos arrebató con la invasión de 1879.
Chile, con el poder económico y bélico que ostenta, gracias a la riqueza que amasó con actitudes que rayan en el latrocinio y la impavidez, pretende marcar la cancha, en esta parte del continente latinoamericano, estigmatizando a unos de adversarios y a otros de aliados.
Por consiguiente quienes constituyen la Alianza del Pacífico son sus amigos. Y no sólo ello sino que ha intimidado, en este contexto, a las autoridades nacionales de otros países que han expresado su respaldo incondicional a la causa marítima boliviana. Pues la Alianza se ha convertido en un instrumento no sólo integrador sino político al servicio de los intereses del invasor. Este siempre ha manipulado a los integrantes de ese organismo en consonancia con sus propósitos expansionistas.
En suma: Bolivia recuperará, tarde o temprano, su salida libre, útil y soberana, al océano Pacífico, para pesar de quien maneja los hilos de la Alianza del Pacífico. Éste, entonces, se rasgará las vestiduras.
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