Juan Bautista del C. Pabón Montiel
Un cataclismo cósmico abrió una fenomenal puerta en la roca andina hace miles de años. El Illimani, tonsurado por las nieves, cual sacerdote de las alturas, comenzó a custodiar al embrión hija de los tiempos; soberbia y enseñoreada anunciando el nacimiento de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz.
Los años bordaron su simiente de cobre y basalto; tenaz y altiva, morena por el frío de la cordillera de los Andes, formaba su silueta de mestiza enamorada de la vida, para construir cercano al cielo una ciudad, con sus hijos amasados con la misma harina del pan de la libertad.
La Paz se alzó armas en mano, con proclama insurgente, escrita por el presbítero Medina, firmada por la insigne rebeldía de los hijos del mestizaje fecundo, cuyo coronel fue don Pedro Domingo Murillo. Ese oleaje y mar aplastó la insolencia ibérica, junto con los patriotas que murieron clamando a las eras a la libertad, como diosa inmortal y eterna.
Fue la patrona, la Virgen del Carmen, quien apadrinó la rebeldía de don Juan Bautista Sagárnaga, Juan Basilio Catacora, Apolinar Jaén, Mariano Graneros, Melchor León de la Barra, cura de Caquiaviri; José Antonio Medina, cura de Sicasica; Juan Manuel Mercado, presbítero; Gregorio García Lanza, auditor de guerra, Juan de la Cruz Monje y Ortega, asesor. Secretarios: Sebastián Aparicio y Juan Manuel Cáceres. Diputados indígenas: Francisco Figueredo Incacollo y Catan, Gregorio Rojas por el partido de Inquisivi y José Sanco, por el partido de Larecaja o Sorata.
Estos patriotas legaron con sangre y acero la libertad de América indomestiza. Por ellos, el altar de la Patria venera por siempre el valor y coraje de 1809, un 16 de Julio que la historia registra como emblema y paradigma de los bolivianos.
El autor es escritor y pianista.
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